Robinski, el ecuatoriano que retrata las leyendas de los volcanes

Con una cámara y una armadura de paciencia y determinación, el ecuatoriano Roberto Valdez (Robinski) captura a través de su lente el lado más poético de los imponentes volcanes que se alinean en la Cordillera de los Andes para, foto a foto, relatar las historias y leyendas ancestrales sobre estos colosos.

Guayaquileño de nacimiento pero de corazón andino, Valdez ha logrado a sus 28 años conquistar cumbres para mostrar los diferentes parajes ecuatorianos desde lo más alto de los volcanes, contando así, casi como en un culto, las tradiciones del país de la mitad del mundo.

VOLCANES Y CÁBALAS

Fotografía cedida que muestra al fotógrafo Roberto Valdéz, más conocido como Robinski, durante un viaje al Chimborazo en septiembre de 2020, para fotografiar al coloso de Ecuador, en Río Bamba.

Detrás de cada una de sus imponentes instantáneas, un diálogo franco tête-à-tête con el coloso, al que llega a pedir permiso para que «colabore» y le ofrezca «los mejores climas» y que le facilite su misión de convertirse en «puente» de esos lugares poco conocidos.

Su genuina capacidad de sentir y conectarse con el entorno es el ingrediente principal para su conexión con la naturaleza, que luego traslada a sus capturas.

«Me sensibilizo para poder sentir a flor de piel todas estas sensaciones que te ofrece la naturaleza, ya sea un frío extremo en las montañas o un calor abrumador en los desiertos», explica Robinski sobre su secreto a la hora de «transmitir toda su majestuosidad».

La pasión de este guayaquileño por la fotografía lo ha llevado a afrontar situaciones tan incómodas como volcanes activos, animales salvajes o ecosistemas hostiles, pero nada en lo que haya visto un impedimento para contar su historia a través de una foto.

Los riesgos siempre van a estar presentes pero «no por eso voy a dejar de hacer lo que amo», cuenta.

Anecdóticamente relata la experiencia de verse atrapado en una colina con veinte toros salvajes.

«Me quedé quieto, como una piedra, entre los pastizales y no me moví por media hora», añade, destacando que «por suerte no se acercaron».

TRIBUTO A JODOROWSKI

Fotografía cedida que muestra al fotógrafo Roberto Valdéz, más conocido como Robinski, durante un viaje al Chimborazo en septiembre de 2020, para fotografiar al coloso de Ecuador, en Río Bamba.

Su nombre artístico «Robinski», es un tributo al artista chileno Alejando Jodorowski, de quien dice «siempre ha consumido su arte y ha estado expuesto a él».

Y aún así, precisa a Efe que «Roberto» y «Robinski» trabajan de distinta forma para un fin común: «Cuando tengo una cámara en mano ya no pienso como una persona cualquiera, sino más bien como fotógrafo. Son mentes muy diferentes».

Robinski creció a la sombra de su abuelo que, sin ser profesional, tenía su propio cuarto oscuro.

Desde pequeño «desbarataba cámaras como un cavernícola» por la mera curiosidad de entender cómo funcionaban, hasta que pasaron los años y se dedicó a la fotografía profesional.

Fotografía cedida que muestra al fotógrafo Roberto Valdéz, más conocido como Robinski, durante un viaje al Chimborazo en septiembre de 2020, para fotografiar al coloso de Ecuador, en Río Bamba.

Hoy, una de sus peculiaridades como artista es la «paciencia», porque retratar fenómenos naturales le exige horas de espera.

Así, para capturar la rotación de la Tierra reflejada en las estrellas, permaneció de vigilia durante horas hasta pillar una luna ascendente que iluminara su panorámica: «Tuve que quedarme despierto, mirando a la cámara durante tres horas, porque si me dormía, perdía la foto».

En otra ocasión, esperó todo un año hasta poder capturar con su lente el volcán Sangay, uno de los más de 80 que hay en Ecuador, con lava en la cima.

LA SOMBRA DEL AMOR

Fotografía cedida que muestra al fotógrafo Roberto Valdéz, más conocido como Robinski, durante un viaje al Chimborazo en septiembre de 2020, para fotografiar al coloso de Ecuador, en Río Bamba.

Aunque ha fotografiado hasta ahora más de quince volcanes, su favorito es el Chimborazo, de 6.268 metros de altitud y «el primero que asoma» al subir a la Sierra desde Guayaquil.

«Resulta místico», señala sobre la «conexión mágica» que siente con este coloso, un icono nacional por su presencia en el escudo del país.

Y agrega que «todas las leyendas que se desarrollan» alrededor del considerado en Ecuador como el padre de los volcanes, «muestran esa figura de nobleza y realeza que no la da ningún otro. Dentro de todo el caos que representa, el Chimborazo da una sensación de magia pura».

Una magia originada en el sinfín de leyendas y mitos alrededor de estos colosos, como la del amorío entre el Taita (padre, en quichua) Chimborazo y la Mama (madre) Tungurahua, volcán ubicado en la vecina provincia del mismo nombre.

Separados por poco más de 36 kilómetros, su romance se concreta únicamente cuando la sombra de uno se proyecta sobre el otro: «La única forma de tocarse es durante el amanecer o el atardecer», señala el artista.

Otra leyenda es la de un fríjol blanco que el Chimborazo dejó a sus pies para que una moza lo recogiera y que, tras poner en su faja, quedó embarazada, lo que explicaría la tez más clara de la población de la zona.

Desde 2018, Robinski forma parte del grupo de embajadores Sony y es el primer ecuatoriano apadrinado por la multinacional japonesa.

Un reconocimiento que le ha ayudado a dotarse de mejores equipos y que le ha permitido financiar emprendimientos cada vez más atrevidos, siempre con la fotografía como «herramienta para percibir los cambios» sobre el medioambiente.

«Ver cómo las especies sufren, cómo cambian los paisajes por mano del hombre y tener la capacidad de hacer algo al respecto», porque, afirma, «la fotografía es un buen espejo para ver lo bueno y malo que hacemos». EFE

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