En medio de estos tiempos de campaña y revisando algunas de las propuestas de gobierno, me ha llamado la atención la ausencia (con honrosas excepciones) del rol activo del ciudadano común. La estatización excesiva de la gestión política a través de sus múltiples estamentos burocráticos, como única herramienta para activar los procesos de desarrollo y asistencia social. Error de concepto que deja de lado a la participación del ciudadano común como insumo fundamental para apuntalar, complementar y enriquecer la gestión del gobierno. Y me explico…
Todos sabemos, por ejemplo, de la importante vocación filantrópica de muchas empresas y ciudadanos comunes. Los proyectos de universidades, fundaciones, colectivos y una infinidad de organizaciones privadas que aportan a temas críticos como la salud, la educación, la defensa ambiental, la cultura y la asistencia social entre otros muchos campos de la responsabilidad social. Todos hemos visto alguna vez las brigadas médicas de los colectivos ciudadanos, la consulta jurídica gratuita de las universidades, los hospitales dirigidos por fundaciones, las incubadoras de empresas y fondos privados de capital semilla, las campañas de reforestación y los proyectos de agro desarrollo entre muchas otras iniciativas que nos hacen sentir orgullosos.
Y me pregunto ¿Qué pasaría si un día el gobierno tomara la iniciativa de amparar estas iniciativas? Y por amparar no digo apropiarse ni entorpecerlas con la burocracia. Me refiero a ampararlas dándoles legitimidad en el respeto a su absoluta autonomía. Ampararlas para darles un direccionamiento estratégico y evitar la dispersión de los esfuerzos surgidos de la responsabilidad social privada. Ampararlos dentro de un proceso de planificación que señale un horizonte estratégico, evite la redundancia de iniciativas privadas y las articule para logar grandes frentes de acción.
Pero claro, para esto será necesario limpiar la imagen del gobierno de la tremenda impronta de la corrupción, asegurar que las iniciativas privadas no servirán para incrementar la popularidad de los gobernantes de turno a costa del reconocimiento a sus verdaderos autores. En resumen, será necesario lograr que el ciudadano vuelva a confiar en las instituciones públicas. Y eso es un desafío monumental. Claro, todo esto no es más que una modesta sugerencia, señores candidatos… (O)