Para que funcione una colectividad humana, es indispensable un ordenamiento. Que cada quien haga lo que “lo que le venga en gana” es una utopía irrealizable y ajena a la condición social del ser humano. Desde las más precarias organizaciones colectivas ha habido alguna forma de organización que establece obligaciones para todos, pero los diferentes sistemas no han podido prescindir de espacios de ocio, como pausas indispensables para el funcionamiento grupal. El trabajo y el estudio requieren sistemas y horarios que deben observarse, pero no pueden darse sin espacios libres. Es muy probable que, los robots, cuyas tareas parecen ser predominantes en el futuro, no necesiten estas interrupciones.
En las organizaciones sociales, siempre ha habido días que interrumpen ese trajín. Nos encontramos en nuestro medio disfrutando de un largo feriado en el que se han unido días de vacaciones previstos y que han sido aprovechados por algunos integrantes para movilizarse, con fines de disfrute, a otros lugares. Dadas las condiciones impuestas por la pandemia, estas posibilidades se han limitado, pero de ninguna manera se ha suprimido la pausa establecida y la interrupción de trabajos y estudios. Lo que importa es que cada persona “cree” sus maneras para disfrutar de su ocio restringido.
Pausas de este tipo de ninguna manera son un “lujo” o un desperdicio de tiempo. No se trata de un proceso de reparación que requieren las máquinas, sino de un incentivo para actualizar ideas y de alguna manera reflexionar sobre el real sentido de la vida en la que el disfrute es imprescindible. Que mejor si las personas tienen satisfacción con el tipo de trabaja que deben hacer, pero en estas pausas el disfrute se enriquece con mayores posibilidades para escoger a voluntad algunas actividades. El mero hecho de hacer pausa mayor a la rutina es constructivo. En la posterior reincorporación al trabajo, hay mayor energía y entusiasmo para proseguir la vida común.