Con satisfacción y júbilo se celebran los aniversarios de sucesos del pasado que han tenido especial importancia en el desarrollo colectivo, como ocurre hoy en nuestra ciudad. Es normal que recordemos del pasado, no sólo hechos negativos sino también positivos. Hace doscientos años tuvo lugar la independencia de Cuenca, dentro de un proceso en las colonias españolas. No fue un enfrentamiento armado, sino un proceso cívico en el que cuencanos que tenían peso e influencia reemplazaron a autoridades coloniales creyendo en la emancipación.
Es conveniente reflexionar en cómo la hemos usado en estos dos siglos y en los efectos del autogobierno en el desarrollo social. En el contexto global, ocurrió dentro de un proceso del continente frente a los imperios europeos y en nuestro caso del español. Un hecho evidente es la diferencia en desarrollo económico de las que fueron colonias inglesas en el norte y las que se liberaron de España. En términos menores, somos parte de un país, resultado de la fragmentación de los que dejaron de ser colonias españolas, esto es América Latina. Hay que pensar en nuestra Cuenca como parte de la república del Ecuador y su contexto histórico.
Es claro que podemos hablar de una cuencanidad como conjunto de valores y formas de comportamiento que han generado nuestra identidad. La honestidad en el manejo de los recursos públicos ha sido uno de sus distintivos que ha contribuido a que, pese a las limitaciones del centralismo, por iniciativa propia hemos superado muchos problemas. El especial interés de sus habitantes por los valores culturales e intelectuales ha logrado un reconocimiento nacional, al igual que la preservación de su arquitectura que le ha valido la distinción internacional de patrimonio cultural de la humanidad. Bien está que sintamos orgullo por estos logros, a la vez que de el compromiso de mantenerlos y mejorarlos en el futuro.