Previa a la pandemia, desde diversos sectores, público, privado, la academia, entre otros, organizaron espacios para que la celebración de los 200 años de la independencia de Cuenca sea especial.
Sin embargo, si bien es cierto, parte de la programación creada para el efecto “mudó” a la plataforma virtual, así como a eventos con asistencia reducida, esta celebración tendrá un sabor agridulce.
A lo largo de su vida como un territorio libre, Cuenca ha debido continuar su lucha contra otro tipo de enemigos que impiden su desarrollo, entre ellos, un modelo centralista, que evita la correcta implementación de una descentralización que, si bien consta en papel, la falta de transferencia de recursos hace que el progreso pleno sea aún una quimera.
No obstante, si de algo debemos sentirnos orgullosos en estos 200 años, es precisamente de la capacidad de su gente, hombres y mujeres que en todo tipo de áreas se han destacado, gracias a su talento, formación, así como a la forma de afrontar la vida desde el Sur.
A diferencia de lo que sucede con compatriotas de otras latitudes, quienes usualmente migran para no volver, en el caso del cuencano su migración suele ser temporal, pues tiene un sentimiento arraigado de regresar al pie del capulí, contemplar como sus ríos bañan la ciudad, o simplemente para mirar su último atardecer en las montañas de El Cajas.
En este aniversario tan especial, creo que tenemos más cosas por agradecer que aquellas que aún nos faltan por conquistar, sin embargo, es clave pensar en un modelo de ciudad más accesible, más sostenible y que recoja las aspiraciones y proyectos de vida de sus habitantes. (O)