“ … mi cuarto es una celda
de la cual no escapan mis intensas inquietudes
sobre mis dúis pasados, cuando todo era alegría”. Willmer Eulen Kant
Después de tanta ausencia que casi es un símbolo de muerte, se asoma la añoranza del campo ya perdido: el aliento de arcoíris, el clímax de flores y de colibríes alma de todos los árboles; el silbido del viento acariciando los trigales maduros; el vuelo majestuoso de los cóndores oteando la inmensidad del paisaje; el resplandor de luces en las noches estrelladas cuando huía la neblina; el adentrarse de los caminos en los repliegues de las
montañas; el bronco bramido de los toros, el relincho ardoroso de los caballos, el rebuzno horero de los burros y el madrugador cántico de los gallos.
No se escucha el sonido de las quipas llamando a la cosecha; la aguda chirimía convocando a las fiestas de los caseríos, los rondadores y pingullos acompañando a los alegres caminantes y la bocina ronca con las tristezas de las chozas vacías.
No se mira el retornar de las manadas de ovejas guiadas por los pastores, ni a los hombres detrás del ganado llevando al hogar cargas de hierba y de leña.
Mientras el ocaso colorea el horizonte los senderos de mi vida se bifurcan: el yo de entonces testigo del pasado huye con los días y mi corazón huérfano de campo se enraíza en lo hondo de la tierra. (O)