Desde los pastos celestes de mis sueños y en lo más profundo de mi ser las campanadas, no doblando por que se fue sino resucitando los recuerdos, el galopar de los caballos en la tierra blanda, su relincho al rasgar el viento, el grito del ¡hua, hua! De las mujeres y los niños espantando a los gavilanes ladrones de los polluelos, las quejas de las bocinas a la distancia, el convocante sonido de la quipa que al llevarse el oído se percibía el jadeo del mar, la neblina como en la danza oriental de los siete velos, abría y cerraba el paisaje.
Cuantas veces les he hablado de Charcay ese lugar de la infancia detenido en el tiempo y a la hora del descubrimiento inicial me viene a la memoria el asesinato del cóndor y el hábitat que esas aves heráldicas tenían en las breñas del Sabsate donde se entrecruzaban los caminos hacia la altura a la que subíamos con mis hermanos a contemplar el lento suave planear de los cóndores entre los riscos del abismo hacia sus nidos en contraste con el vigoroso aleteo con el que se elevaban en las mañanas.
La majestad del ave andina inspiró la musicalidad del “Cóndor Pasa” que circula hoy en un video que inmortalizó con su canto Plácido Domingo y el cuento aquel de César Dávila “El Cóndor Ciego” que acabando con su sufrimiento se estrelló contra las rocas. (O)