La patata es originaria del continente americano y desde siempre fuente de alimentación de sus pueblos aborígenes. Lo han comido cocinado e incluso crudo (para molestias estomacales) no frito ni asado. En los lugares más pobres de la serranía del sur –francamente de todos los hogares– existe la patata como alimento indispensable; en época de frío o calor, acompañado, sazonado o solo. un plato común es el acompañado del maíz cocinado sin sal. Cuando el tubérculo fue introducido en Europa salvó del hambre a toda una población de Irlanda siglos atrás.
Hoy está en todo el mundo y gigantes compañías trasnacionales producen esta golosina. Se la come frita con sal o, a veces, dependiendo del gusto, con azúcar. Todos nos hemos deleitado consumiendo una papa dorada saladita y crujiente y este es el problema. Al freírsela despide un componente –la acrilamida—que acaba con las células buenas y genera el tan temido cáncer en el punto más débil (en las mujeres ataca directamente a las mamas).
El microondas, es verdad, calienta los alimentos en brevísimo tiempo, descongela en segundos y más comodidades de esta agitadísima vida moderna que nos ha tocado. Pero como a nadie le importa la vida de las personas que precisamente está en alimentarse bien, sana y adecuadamente, si no hacer dinero a costa de lo que sea no importa que la comodidad nos aniquile. Eso es lo que pasa con este que es uno de los “adelantos” de la actualidad. La fuente del ingenio y la forma como actúa en sí mismo son dos aspectos que analizar. Su cerebro es un material hondamente intoxicante llamado berilio. Viene protegido sí, y en apariencia no es peligroso, pero la onda que emite para que genere calor descompone la estructura molecular de lo que se ponga en el horno a niveles increíbles; el alimento así ingresa al cuerpo y altera las células del organismo hasta provocar, en los peores casos, mutaciones genéticas tal como lo haría una bomba atómica en miniatura.
Parece una invención sutil pero llanamente es maligna. (O)