Por: Psic. Clin. Mst. Leonardo Tarqui S.
Un estudio realizado por la Universidad de Cambridge en los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro 2016, concluyó que 160 millones de palabras eran suficiente prueba del trato machista y denigrante a las mujeres en este contexto. Según el estudio, pese a que el 45% de los participantes en este evento deportivo, eran mujeres, los hombres recibieron una cobertura periodística tres veces superior, además, cuando se referían a las mujeres se hacía con el objeto de aludir a su aspecto físico, edad o estado civil.
En el Mundial de Fútbol 2018, un grupo de periodistas brasileñas iniciaron una campaña en redes sociales para exteriorizar las dificultades a las que se enfrentan en el entorno laboral al cumplir sus obligaciones como reporteras especializadas. Tradicionalmente, el deporte en general, y el fútbol en particular, han sido considerados como un escenario exclusivamente masculino, controlado solo por varones; con esta cruzada, sus promotoras manifestaron no solo el acoso laboral del que son objeto dentro del ámbito de su profesión, sino también del sexismo y asedio que padecen mientras intentan ejercer sus labores.
Durante los días del evento deportivo la prensa reportó, al menos, cuatro incidentes de los aficionados por besar o intentar besar a las cronistas mientras realizaban sus coberturas. Esta campaña pública realizada durante el Mundial, sacó a la luz un tema que es silenciado en la gran mayoría de las sociedades modernas, y no en pocas ocasiones es considerada por imperceptible: la discriminación y la violencia contra la mujer en el deporte.
Las expresiones de violencia en el ámbito deportivo no tienen como víctima únicamente a las deportistas, quizá sean las menos visibles y estén más expuestas a sufrir estas situaciones en cualquier edad, y en cualquier disciplina deportiva; pero lo cierto es que el espectro de víctimas potenciales es mucho más amplio, además de las periodistas es necesario tomar como referencia a las entrenadoras, árbitras, madres, técnicas, médicas y directivas.
Desde que se desató el brote de COVID-19, los datos e informes que presentan quienes están en primera línea; revelan que se ha intensificado todo tipo de violencia contra las mujeres y niñas, sobre todo, en el ámbito familiar. Estos actos se constituyen en una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas, persistentes y devastadoras del mundo actual, que apenas se informa debido a la impunidad de la cual “disfrutan” los perpetradores, y el silencio, la estigmatización y vergüenza que sufren las víctimas. (O)