El anuncio de la distribución de vacunas contra el COVID-19 genera cada día nuevas ilusiones, que en pocos días se convierten en frustraciones por el afán de inmediatismo. Los efectos biológicos de esta enfermedad son evidentes y hasta que aparezca esta medicina, hemos tenido que enfrentar el aislamiento social que ha impactado en muchas áreas de la vida colectiva; tendrá que pasar algún tiempo para que, con la frialdad necesaria, podamos evaluar los efectos positivos y negativos de esta situación. Es muy claro el impacto económico que, más allá de las enormes cifras globales como el producto interno bruto, afectan directamente los ingresos cotidianos de un elevado número de personas.
Los puestos de trabajo han disminuido y los afectados de limitados recursos han sufrido en forma inmediata los afectados por esta pandemia. Nos acercamos a la Navidad que, más allá de su componente religioso, es la época más exitosa de un amplio número de comerciantes, ya que la “obligación” de los regalos, ha convertido esta festividad en el éxito de comerciantes de diferentes niveles. Cuando disminuyen de ingresos, el ahorro es una necesidad imperiosa que impacta en los comerciantes de múltiples artículos, más allá de los juguetes para niños que, en un pasado no muy lejano, era el único indicador de estas fiestas.
Además de lo suntuoso y poco necesario, un buen número de personas aprovechaba estas fiestas y los ingresos adicionales para adquirir objetos no indispensables o modernizar lo que se tienen. Para un importante número de personas no serán posibles estas satisfacciones. Es evidente el aspecto negativo, pero desde otro ángulo, vale la pena anotar que el derroche, como vicio, se verá forzado a restringirse. Esta privación la consideramos positiva pues todo exceso es malo en la vida humana. Cuando se retorne a la normalidad, esperamos que se aprenda esta lección ya que es necesario ahorrar para hacer frente a situaciones no previstas.