De las primeras formas de organización política, en las tribus, la autoridad total era el cacique que controlaba, con predominio de su voluntad, todo el poder político y religioso. La sumisión a esta autoridad era fundamental para el funcionamiento tribal. En nuestros días, en los países en los que la democracia es la forma de gobierno, se habla de caciquismo cuando algún mandatario pretende imponer su voluntad al margen de leyes y principios que son la esencia de este sistema. El culto al ego desplaza al respeto a la mayoría que fundamenta esta forma de gobierno.
Se creía que esta deformación se daba en los países subdesarrollados en los que los mandatarios pretenden mantenerse indefinidamente como cabezas de gobierno, recurriendo a una serie de trucos “legales” e ilegales. Aunque parezca increíble, este fenómeno ha aparecido en la democracia más sólida de la primera potencia del mundo. Saber perder es fundamental en este sistema y todos sus presidentes han llegado a la primera magistratura mediante elecciones, sin que se hayan dado dictaduras o golpes de Estado. Por reducida que sea la diferencia, los perdedores han aceptado los resultados.
Ha transcurrido más de un mes de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos y el derrotado que pretendía la reelección no acepta los resultados envuelto en una maraña para demostrar que ha habido “fraude”. La aceptación de la derrota mediante una llamada al triunfador, ha sido una práctica observada por todos. Hasta ahora, demostrando carencia de cortesía básica, aún no lo hace.
El insulto y la agresividad ha sido la tónica en su mandato. Los resultados han sido aceptados por casi todos los países del mundo que han felicitado al triunfador. Se trata de un presidente con ínfulas de dictador y alma de cacique. (O)