Por: Gonzalo Clavijo Campos
Todos los días corremos y corremos, persiguiendo nuestros sueños, tanta prisa y al final del día estamos agobiados sin ganas de nada, tan sólo nos aventamos a la cama en busca de un sueño tranquilo. Sin descanso, nos preparamos para la siguiente jornada.
Consecuencia de nuestra prisa es el mal humor, el temido estrés, cansancio crónico, accidentes, y maltrato a las personas que nos rodean. El día menos pensado nos da un infarto y entonces si ya no necesitaremos correr.
Cuando abres espacios para la pausa, la alegría y la meditación, tienes más conciencia del tiempo que pasa y no llegas a la cama exhausto y sin ganas de nada.
Por ello, este mes de diciembre, tiempo de adviento y navidad, es un tiempo oportuno para bajar el ritmo a nuestro trajín, para vivir, para descansar, para amar y perdonar. Recordemos que el tiempo es inexorable, que la vida se nos puede ir en cualquier momento, que los seres que amamos tampoco duran para siempre.
La exhortación pronunciada por san Anselmo, obispo, hace más de un milenio, tiene validez en la actualidad: «Deja un momento tus ocupaciones habituales, entra un instante en ti mismo, apartándote del tumulto de tus pensamientos. Aleja las preocupaciones agobiantes. Atiende un poco a Dios y descansa en él. Entra en lo íntimo de tu alma y cerrada la puerta, búscalo. Di con todas tus fuerzas: tu rostro busco Señor».
La palabra adviento, significa “llegada” e indica el espíritu de vigilia y preparación que los cristianos deben vivir. ¡Preparen el camino del Señor, rellénense todas las quebradas y barrancos, aplánense todos los cerros y colinas; los caminos torcidos serán enderezados y los ásperos serán suavizados!, nos dice el profeta Isaías. “Aplanar cerros y colinas” significa rebajar la altura de nuestro orgullo, altivez, engreimiento, autosuficiencia, ira e impaciencia.
¡Hagamos una pausa estimado lector, preparémonos para recibir al anunciado Mesías a nuestro Rey! (O)