Se ha vuelto a oír los mismos ex abruptos de épocas pasadas, cuando los candidatos a dirigir el país proponían cosas inverosímiles, como aquel que dijo saber el lugar donde está el oro en grandes cantidades y que notificaría y lo extraería sólo si ganaba las elecciones. Como quedó en último lugar, murió sin avisar y seguimos en pobreza.
Los actuales aspirantes también plantean propuestas pueriles y risibles; así uno ofrece entregar un bono mensual igual al mínimo vital, en moneda virtual; otro quiere armar a los ciudadanos hasta los dientes y librarse de su responsabilidad, dejando al pueblo haga justicia por manos propias; un tercero dice que exportará el agua y retornará a los orígenes identitarios, echando por ristre los nombres de la geografía del país. ¡Trágame tierra!
Muy suelto de lengua, en el programa La Posta, el aludido dijo que Cuenca y el Ecuador no significan nada, cuando más un nombre geográfico o una línea imaginaria que divide al planeta en dos hemisferios. Le faltó tiempo para revelar que en su gobierno se retomaría los idiomas nativos y a las religiones ancestrales, porque el castellano y el catolicismo tampoco representan un comino respecto de la verdadera identidad nacional.
El disparate me recordó una observación que se dio en el conflicto territorial con el Perú. Fue precisamente el cambio de Quito por Ecuador la causa inicial de los cercenamientos territoriales. En efecto, la diplomacia peruana argumentaba que “mal puede invocarse el ‘Uti Posisidetis Juris’, porque el Ecuador no existió entre las entidades político-administrativas de la Colonia, sino el Estado de Quito que desapareció en 1830”.
Un plenipotenciario del Perú en 1841 fue concluyente: “El tratado de 1829 caducó desde que se disolvió la Gran Colombia en tres Estados distintos”. De esta manera el Perú encontró en el cambio de nombre el mejor subterfugio para seguir retaceando el territorio hasta quedar en un puñado de tierra, llevándose hasta el Amazonas.
Luego de su aparatosa caída en moto, el candidato sale con esto de cambiar Ecuador y Cuenca por nombres incásicos o cañaris o quizá, remontándose más, con los de mayas, famosos moradores de Yucatán, venidos a América de lugares arcaicos. Le falta proponer la permuta de América, porque solo significa el femenino de Américo Vespucio y no habría equidad de género. (O)