¡Ja, ja, ja..!

Casi imposible encontrar a alguna persona que a lo largo de los trajines de su vida nunca haya reído. La risa es parte de la condición humana como paréntesis a la seriedad, que es indispensable en el comportamiento cotidiano, pero que perdería su real condición si es que, de vez en cuando, no podríamos evadirla y tomar la vida en broma. No implica necesariamente irresponsabilidad, sino pausas creativas para evadir, por momentos, la rigidez de la existencia y retornar con entereza a la responsabilidad.

El día de hoy, por lo menos en nuestro país, se ha consolidado la tradición de cultivar y justificar la risa tornando “lícitas” las bromas y alentándolas mediante inocentadas. En el calendario católico hoy es el día de los santos inocentes. Ni de lejos festejar la tragedia que gestó el rey Herodes según la biblia, sino partir de la candidez de los niños en los que la seriedad no se ha consolidado, para aceptar como verdades una serie de ficciones.

Una inocentada parte de una mentira sin propósitos perversos, para provocar risa ante la ingenuidad de quienes cayeron en la broma. Se trata de un culto al humor para resaltar que la alegría expresada en la risa da sentido a la vida. Para que una broma funcione, se requiere que alguien caiga en el engaño para disfrute de quienes iniciaron la treta. En días como hoy, se espera que la gente esté precavida para no caer en los engaños y ser  pilas, pero no faltan los “incautos” que dan alegría a los demás.

El COVID-19 ha llenado de pesadumbre a la humanidad, pero puede también ser fuente de bromas. Si las medidas tomadas a última hora fueran inocentadas, se trataría de una broma muy pesada. Busquemos otros caminos para reírnos. (O)

 

DZM

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social con experiencia en coberturas periodísticas, elaboración de suplementos y materiales comunicacionales impresos. Fue directora de diario La Tarde y es editora.

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