Pekín/Bruselas.- El acuerdo de inversiones entre la Unión Europea y China supone un hito en las relaciones entre ambas potencias económicas y un estratégico movimiento en el tablero geopolítico mundial en pleno período de transición en Estados Unidos entre la Administración de Donald Trump y la de Joe Biden.
Ambos bloques estaban muy interesados en cerrar siete años de negociación antes de que acabase este año, especialmente los chinos, que han propiciado el empujón final con concesiones en aspectos sociales que Europa ha recibido de buen grado, como guinda a la presidencia semestral del Consejo de la Alemania de Angela Merkel.
El pacto, tal como quería sobre todo China, llega antes de que Biden asuma la presidencia, previsiblemente el próximo 20 de enero.
Pekín se afanó en 2020 -especialmente desde la pasada primavera, cuando Trump empezó a culpar a China de la pandemia de la covid y a redoblar las sanciones a sus gigantes tecnológicos- en mejorar sus relaciones con Europa y buscar en ella un aliado ante lo que pudiese pasar en las elecciones norteamericanas de noviembre.
Si Trump revalidaba la presidencia, la continuación del enfrentamiento en todos los campos con EEUU, que ya hablaba de «nueva guerra fría», era inevitable.
Pero también si ganaba Biden, como finalmente sucedió, el peligro de que el demócrata intentase formar una alianza «anti-China» con Europa, algo a todas luces inviable con el republicano, preocupaba mucho en Zhongnanhai, la sede del Gobierno chino.
CHINA, EL AMIGO INCÓMODO DE EUROPA
Para la Unión Europea, China es un socio con el que colaborar y negociar, un competidor económico y un rival sistémico. Es la definición literal que aparece en una comunicación estratégica de 2019 del Servicio de Acción Exterior de la UE, y que el acuerdo de inversión pactado por Bruselas y Pekín vuelve a poner de manifiesto.
Para Bruselas es incómodo estrechar lazos con un país que se aleja de los valores democráticos que la UE utiliza como estandarte diplomático y al mismo tiempo un Estado que le disputa sus áreas de influencia.
El alto representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, señalaba recientemente en una entrevista con Efe que China amenaza con desplazar a la UE en Latinoamérica.
Pero al mismo tiempo, a Bruselas le resulta imposible vivir de espaldas a la gran potencia emergente, la segunda economía del planeta, con una población de casi 1.400 millones de habitantes y en torno al 15 % del PIB mundial.
Entre EEUU, China y la UE suman más de la mitad de la economía del planeta. Y desde Washington, el equipo de transición de Biden ha afeado públicamente a Bruselas la falta de «consultas tempranas» sobre «preocupaciones comunes acerca de las prácticas económicas de China».
Pero en Bruselas aseguran que han enviado «señales» a la futura Administración estadounidense, si bien esta no puede entablar relaciones formales con potencias extranjeras hasta la toma de posesión.
«Es una contribución positiva para la cooperación transatlántica», explica una fuente europea cercana a la negociación, que subraya que el pacto es mucho menos ambicioso que un acuerdo de libre comercio y no trata temas como la sobrecapacidad en sectores como el acero, el impacto de los subsidios extranjeros o las licitaciones públicas, capítulos en los que Bruselas espera trabajar conjuntamente con EEUU y Japón.
Más allá de los gestos transatlánticos, la relación con China suscita recurrentemente reacciones encontradas en el seno de la UE, con países como Bélgica y Países Bajos, en la punta de lanza de las exigencias sociales al gigante asiático, Italia como gran socio europeo de Pekín en las Nuevas Rutas de la Seda y frecuentes críticas en la Eurocámara.
«El Parlamento condena enérgicamente el sistema de trabajo forzoso dirigido por el Gobierno chino, en particular la explotación de uigures, kazajos, kirguises y otros grupos minoritarios musulmanes», afirmó una resolución aprobada hace sólo dos semanas en el hemiciclo europeo, con 604 votos a favor, 20 en contra y 57 abstenciones.
EUROPA, VITAL PARA PEKÍN
Ante la guerra primero comercial, después tecnológica y luego de sanciones a funcionarios chinos y de descalificaciones casi diarias desatada por Trump, China ha desplegado todos sus esfuerzos este año en aproximarse a Europa.
El ministro de Exteriores, Wang Yi, emprendió una gira a finales de agosto por Alemania, Francia, Italia y Holanda con la intención de convencer a los principales países de la UE de la necesidad de cerrar el acuerdo de inversiones para poder avanzar en otros campos.
La cancillería china ha considerado el tratado el «más importante» de la agenda en las relaciones entre Pekín y Bruselas y el vicepresidente del gigante asiático avanzó ya en julio que se firmaría antes de acabar el año.
Europa se ha convertido este año en el segundo socio comercial de China tras los países del sudeste asiático, y la fuerte presencia de las grandes industrias alemanas y de otros estados europeos en el país es fundamental para ambos.
Pero, además, el acuerdo supone un claro contrapunto a la dinámica de confrontación con EEUU en la que se ha visto envuelto este año el gigante asiático y una apuesta contra el proteccionismo y a favor del multilateralismo, tan propugnado por Pekín.
China parece haber cedido finalmente a algunas reivindicaciones claves de la UE, como comprometerse a ratificar los convenios internacionales contra el trabajo forzado o permitir que las empresas europeas tengan acceso a su mercado en condiciones similares a las que las chinas disfrutan en el Viejo Continente.
Y ha conseguido superar las fuertes oposiciones al tratado, tanto entre los Veintisiete, como fuera de sus fronteras, haciendo prevalecer otros argumentos sobre las diferencias políticas en cuestiones como Xinjiang o Hong Kong o sobre la situación de los derechos humanos en la nación asiática.
Pekín acaba el año de la pandemia con el cierre de dos grandes acuerdos clave, de los que Washington se ha quedado fuera: el de la UE y el de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), el pacto de libre comercio más importante del mundo en términos de producto interior bruto (PIB), firmado el pasado noviembre.
CONDENADOS A ENTENDERSE EN UN MUNDO MULTIPOLAR
China y la UE no se entienden en muchas cuestiones pero están condenados a hacerlo en muchas otras dentro del mundo multipolar que se va abriendo paso con el ascenso de China y cuyos desafíos se acentuarán tras la pandemia.
A medida que Trump iba retirando a su país de consensos internacionales como el Acuerdo de París o del pacto nuclear iraní, la Unión Europea y China fueron acercándose en cuestiones multilaterales, como la inaplazable lucha contra el cambio climático.
La firma del acuerdo entre Bruselas y Pekín coincide además con la del Brexit, que despeja el camino de un complicado proceso para la UE, plagado de obstáculos.
«Por fin podemos dejar el Brexit atrás y la Unión Europea puede seguir avanzando», dijo la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, al anunciar la pasada Nochebuena el acuerdo sobre la relación futura con el Reino Unido, hablando en nombre de una UE que no oculta sus ansias de tener más peso geopolítico y estratégico en el planeta. EFE