OPINIÓN | “Todos se han ido, pero, todos se han quedado, las manos, los ojos, el corazón”, (César Vallejo), añadiré las voces, es la historia de un grupo de jóvenes que hicieron de la música y la amistad un refugio, nombrarles llenaría todo este espacio. Uno de ellos César Burbano Moscoso, cantor, músico, artista, parodiando la frase evangélica de “setenta veces siete”, dice:
“Desde entonces, noche a noche
A una esquina cualquiera
Llegarán de uno o uno
Cinco, diez, dos veces doce”,
En la insignia de la Ronda consta un reloj marcando el tiempo y encima de él, una lechuza, símbolo de la sabiduría.
Corrían los años 38 del pasado siglo, el romanticismo no había muerto todavía y llegó un día que como el rumor del viento o el vuelo de una golondrina, una luz alumbró sus ideas: “Nos llamaremos la Ronda de las 12”, su nombre se engendró en los serenos a las 12 en punto de la noche, iniciándose con una copa a la salud de bellas mujeres y enamoradas, el rasgar de doce guitarras acompañando a la de Víctor Fernández Márquez, que arrancaba la armonía de sus cuerdas con precisión matemática, el arco de tos violines y las voces de los cantores se escuchaban en los altos balcones de las casas, en las bajas ventanas enrejadas propicias para el amor.
La Ronda de las 12 fue semilla que germinó produciendo la cosecha de nuevos grupos juveniles en diferentes barrios de Cuenca. (O)