OPINIÓN | En el calendario festivo de los morlacos, el Carnaval y la Despedida del Año, han despertado siempre el entusiasmo y la participación colectiva. Los que cierran sus puertas a estas celebraciones, serán en lo posterior “mal vistos y ladeados por el vecindario y terminarán por no aguatarse ni a ellos mismos”, porque el 31 de diciembre no quemaron las penas con los trapos viejos del monigote, ni las enjuagaron” hasta dejarlas blanquitas” en el agua del Carnaval. Respecto a la celebración del Año Viejo, la información obtenida nos permitió detectar su honda raíz tradicional y popular, las diferentes formas de combinar el presente con el pasado y el porvenir, las necesidades que afectan a todos por igual: hambre, los deseos incumplidos, el desempleo, la migración; el anhelo de revivir a través de la fiesta el lazo comunitario perdido, la pertenecía de los que se fueron y regresan para la reunión de familiares y amigos. Y junto a estas realidades, la razón de ser de tales festejos: la noche del fin de año, el escenario levantado en cada barrio, el muñeco con la viuda “la secundera” y más acompañantes. Tiempo, lugar, personajes, destinados a la ironía y a la sátira: a través de los cuales el pueblo se convierte en juez de sus propios gobernantes, de políticos e impostores que nunca pudieron engañarlo y por eso ríe a carcajadas de las desgracias propias y ajenas, de las ridículas escenas de la política nacional, presentadas por los viejos de viruta y aserrín. (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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