OPINIÓN | Opacada por los temores y esperanzas de la pandemia, arrancó la campaña electoral que elegirá presidente el próximo febrero. En las contiendas anteriores, desde hace semanas, los medios de comunicación dedicaban sus primeras planas a estos eventos y, con frecuencia, éramos testigos de agrias discusiones, ofertas desmedidas y demagógicas, acusaciones infundadas y, a veces, de enfrentamientos físicos entre “fervorosos” partidarios de candidatos, además de cuestionamientos a las encuestas y encuestadoras que anticipaban resultados.
Retrocediendo más de medio siglo, cuando la edad me permitió votar, recuerdo las agresivas manifestaciones, la entrada de los candidatos a las diversas ciudades que se preparaban con anticipación; las “contramanifestaciones” organizadas por los rivales; el fervor y peso de la capacidad de oratoria de los candidatos, uno de los cuales decía –con razonable sustento- “dadme un balcón en cada pueblo y ganaré las elecciones”. Avances tecnológicos como la popularización de la TV, influyeron en la modificación de estilos, pero, era innegable el fervor e interés ciudadano.
Tendrán que pasar algunos años para explicarnos con alguna certeza si el peso de la pandemia y las medidas de distanciamiento social fueron la causa madre de esta frialdad o si hay un cansancio popular por el funcionamiento del sistema, la credibilidad en los candidatos y la política, con el consiguiente escepticismo. Un real funcionamiento democrático requiere credibilidad y fe en el sistema. Si su operatividad ha perdido confianza por las enormes manifestaciones de corrupción en los últimos tiempos, acompañada de frecuente impunidad para sus autores. El tiempo lo dirá. (O)