La democracia no admite diferimientos ni postergaciones a la hora en que los ciudadanos depositen su voto en las urnas, por lo tanto, a despecho de la pandemia quienes estamos habilitados para sufragar el próximo siete de febrero, cubiertos con mascarilla, muy bien lavados las manos (pero no como Pilatos ni ciertos políticos que no mencionamos), con estilográfica propia y desinfectada, sin prestársela a nadie, ni a nuestros más íntimos familiares, deberemos hacer cola, quizá sea posible con dos metros de distanciamiento, y entonces elegir a los que consideremos los mejores ciudadanos para gobernar el país y dotarnos de leyes sabias que permitan un mejor futuro al Ecuador.
Lo anteriormente dicho es un ejercicio teórico, ya que la realidad resulta muy diferente a cualquier aspiración de perfecta democracia y ciudadanía responsable. Por ello, hay que temer que las ofertas demagógicas empiecen a menudear en esta atípica campaña electoral, ya que, cual un virus imposible de erradicar, las falsas ofertas, las promesas sin fundamento, como aquella de ofrecer mil dólares a un millón de ecuatorianos “para que realicen emprendimientos” es un verdadero insulto a los electores, tomando en cuenta que se requeriría de mil millones de dólares, nada menos, para cumplir esta desorbitada oferta, salvo que quienes se llevaron el dinero en cantidades ingentes, sufraguen dicha cantidad para aquel fantástico bono.
Pero, lamentablemente, no solo esa increíble oferta va a saturar la campaña, ya que, a falta de proyectos serios, e incluso sacrificios que serán necesarios para sacar al país del hoyo en que se encuentra, ciertos políticos preferirán el camino más fácil de las promesas, que saben de antemano serán imposibles de cumplir. Lamentablemente, la política es un arte que maneja sueños y aspiraciones de la gente, y justamente allí es donde se cola la demagogia de quienes no trepidan en ofrecer “el oro y el moro” con tal de triunfar en una contienda electoral. Asumiendo esta realidad penosa, es inevitable que se den ofertas, caso contrario ningún elector seguiría a quien les diga que la cosa está difícil, siendo necesario el caramelo de la ilusión, pero que aquella golosina no sea tan empalagosa y falsa, que luego quienes votaron por esas ofertas, sean los primeros arrepentidos de su voto. (O)