Un mundo en el que todo estaría dado y no existieran necesidades que satisfacer, creemos que no sería el ideal de mundo feliz. La vida humana es dinámica, en gran medida actuar implica hacer frente a problemas y satisfacer necesidades. Esta necesidad de salir adelante incentiva la capacidad de actuar que se adormilaría si todo estuviera solucionado. Cuando hacen presencia crisis como la que en estos días afrontamos, la insatisfacción se acentúa y las molestias se acrecientan, lo que, con o sin motivación positiva, nos impulsa a buscar soluciones, es decir a incentivar lo que es más propio del ser humano: razonar. Las crisis no son deseables, pero es importante que en ellas encontremos aspectos positivos.
Los cambios de diversa índole, nos obligan a adaptarnos a las nuevas condiciones. Todo ser humano anhela y valora el progreso que no viene dado en forma total, sino que requiere modificaciones en la vida que de alguna manera conllevan esfuerzos cuya meta es mejorar la calidad existencial. La pandemia mundial que soportamos ha incentivado con fuerza a científicos de áreas relacionadas con ella para buscar con mayor prisa soluciones como las vacunas. Las personas comunes deben hacer frente a condiciones no queridas ni buscadas para organizar sus vidas en las nuevas circunstancias. Es deseable que, a las inevitables quejas y lamentaciones, valoremos nuestra adaptación y capacidad creativa.
Es claro que pesa mucho el afán de superar necesidades individuales, pero no cabe dejar a un lado ese deseo de aliviar la situación de los demás. Nuestra condición de “animales sociales” nos incentiva a contribuir al mejoramiento global, no sólo porque como personas participamos de él, sino porque el apoyo a que otros salgan adelante con nuestro esfuerzo es gratificante. La solidaridad se considera una virtud en cuanto hay desprendimiento de anhelos individuales, pero de ninguna manera debemos identificarla con sacrificios. Se dice, con realismo, que se disfruta más regalando algo que recibiendo un regalo.