Por si falla la memoria. El Ecuador vivió un tiempo de división, separación, insulto, calificativos y desacreditación a todo aquel que no simpatizaba con el gobierno de turno y sus seguidores.
Había que ser verde limón. Entrar a la discusión era ser: bestia miserable, gordita horrorosa o pelucón. No quedaba más. Disentir con el gobierno de las -disque- manos limpias y corazones ardientes, implicaba la prohibición expresa y pública para mañana ser contratado en cualquier espacio del sector público; generaba un automático bullying mediático -que solo ellos sí podían hacerlo- tanto en la hora loca de los sábados o en las cadenas obligadas y pagadas por los ecuatorianos en los medios de comunicación.
Pensar distinto era el inicio del fin civil. Sí. Comprendía la anulación de expresar cualquier criterio en un medio público. Había censura. Real y sin maquillaje. Se enjuiciaba a periodistas, analistas, columnistas y dueños de medios de comunicación. Se hacía sentencias en 24 horas y se disponía pagar indemnizaciones a la majestad del presidente de la época.
También era un tiempo en el cual se decretaban estados de excepción para todo, a troche y moche, como diría el Pájaro en alguna columna. La creación en serie de órganos estatales era la práctica aprendida, o mejor dicho, definida para el acomodo de los acólitos incondicionales. Luego, las cifras de desempleo decían haber bajado, y claro, no importaba que el país esté quebrado con una burocracia asfixiante y un gasto público que llegó al extremo de dominar la economía del país frente al sector privado.
Era una fiesta de reparto. Comelonas con cantantes en reuniones privadas de Palacio. Universidades sometidas y silenciadas. Clausura a los medios de comunicación por su soberbia de no alinearse con el mesías. De vez en cuando había alguna visita de lo que se pudiera llamar: de rey a rey. Chávez visitaba y también Fidel. (O)