Huella digital
La cultura digital construye una visión de identidad digital que está totalmente identificada y cuantificada, en la que la privacidad y el anonimato mueren en la internet.
Liesbet van Zoonen (2013) resume este cambio en internet de manera sugerente como “el paso desde la identidad a la identificación”, ya que verificamos nuestra identidad de forma cada vez más intensa, sea con la navegación, con búsquedas, con respuestas como un “like”, que almacena esa serie de datos que delata nuestra huella digital; es decir, quiénes somos y qué nos gusta.
La huella digital se ha convertido en una identidad rastreable que puede revelar nuestras ideas preconcebidas, creencias o prejuicios que expresamos voluntaria o involuntariamente a través de la internet, así como aquellas tendencias o factores psicológicos, socioculturales, políticos y hasta tecnológicos; es decir, la identidad digital se vuelve un acto cargado de consecuencias y no solo por la invasión a la privacidad, sino por el mismo comportamiento que manifestamos en el ciberespacio.
Lamentablemente, estos datos cualitativos y cuantitativos de información se vuelven mucho más atractivos para el lucro económico, que para favorecer a la investigación o al aporte científico. Algunas empresas venden sus datos (una vez anonimizados), otras venden los estudios que ya han hecho con estos datos y, otros, se los puede descargar gratuitamente. Así, nos volvemos vulnerables y somos presas fáciles de rastreos digitales de entidades que ni siquiera sospechamos.
La magnitud de lo que se puede lograr con la Big Data es todavía incalculable. Lo que sí tenemos como certeza es que, al momento, desconocemos los alcances de los medios digitales sobre la huella digital y la capacidad que tienen para experimentar con lo que somos y lo que hacemos. (O)