Nuestros mayores solían decir que la vida es como un soplo y resultaba difícil entender lo que distante estaba de la mente de los niños, además había tanto material para ocuparse que resultaba infructuoso gastar en esas palabras vestidas de un aparente absurdo. Cuenca fue pequeña, recuerdo que tuvo en 1950 una población de 122.434 habitantes, hoy somos más de 600.000. Saludábamos frecuentemente con quienes eran los vecinos, hoy no los conocemos. Vimos en nuestras calles a las viejitas beatas vestidas de manta negra. Cedíamos el rincón de la acera a los mayores, la tienda del barrio tenía un papel importante, no se conocían ni los mini, ni los supermercados y peor el mall, los autos eran contados y se detenían cuando en la calzada habían niños jugando, la inventiva debía primar en la mente de todos al no ser esclavizados por lo tecnología moderna que inventó el consumismo y nos enseñó a comer chatarra y generar exagerado peso corporal, llegando a morbidez y de otro lado el conflicto de desnutrición crónica infantil usualmente en costras populares e indígenas, como un látigo al desarrollo del pueblo en general.
Fueron reemplazados los alfeñiques, nogadas y melcochas, los delicados, los caramelos artesanales, los helados de palo, el jugo de manzana batido en un grande balde y decía el vendedor que era magnífico para el “celebro”, los cortados de fruta, el cucurucho de pinol. Imposible olvidar los sanduches de la Fama, los churrascos de las Srtas. Tacuri que nos sacaban del hambre nocturna de estudiante o de salidos del cine, en aquellos años en que cerraban los telones de la ciudad no más tarde de las 9 pm, cuando llegaban el frío y el silencio nocturno, salvo serenatas de enamorados o un borrachito caminante. No había pandemia, hasta la seguridad era tal en nuestras calles y plazas. (O)