Si miramos con atención el resultado del último proceso electoral, no hay en realidad nada nuevo bajo el sol. No al menos, en cuanto a la identidad de los finalistas y lo que estos representan. Uno, populista de cepa sin identidad política, representante del correísmo y heredero de aquel populismo tóxico que echó raíces en los lejanos días de Velasco Ibarra. El segundo, católico conservador a ultranza y representante indiscutible de las élites económicas de la costa, heredero en forma y fondo de Sarastí, Caamaño, Flores y la vieja “Argolla” de finales del siglo XIX. Y el tercero, líder surgido de las entrañas de la sierra campesina, de corte indigenista y sindicalista; heredero de la lucha de los pueblos ancestrales y de los modernos movimientos ambientalistas.
Tres personajes que encarnan y resumen el histórico enfrentamiento entre el poder económico de la costa, la lucha campesina de la sierra y el sórdido oportunismo del populismo. Nada nuevo ciertamente. Sin embargo, esta vieja dinámica política, hoy adquiere peligrosos matices al verse enmarcada en una realidad que se ha convertido en una bomba de tiempo.
En primer lugar, está la crisis de confianza y credibilidad que pesa sobre nuestras instituciones políticas. La habitual sospecha de fraude electoral, agravada por un Concejo Nacional Electoral, cuyos miembros actúan de manera errática y contradictoria. En segundo lugar, una atomización de las representaciones políticas que raya en el ridículo, con dieciséis binomios presidenciales, de los cuales doce no lograron capitalizar el 2 % del voto. Una política hecha más de fugaces figuras personalistas que de ideologías políticas concretas. Y tercero, la dinámica de la campaña, en la que las propuestas (demagógicas en su mayoría), fueron desplazadas por los memes, el intercambio de adjetivos y las encuestas que, más que informar, dirigen el voto. Una campaña que no pasó de ser un simple ejercicio publicitario en una democracia transformada de pronto, en un caparazón vacío de contenido. Y medio de todo esto, un pueblo donde va creciendo como una oscura hiedra esa decepción, que de a poco se va convirtiendo en ira y frustración.
Una bomba de tiempo decía. Una bomba de tiempo… (O)