Carnavales ancestrales

El Carnaval, en su origen más cercano, implicaba un estado de emancipación temporal hacia una libertad instintiva que permitía momentos de coexistencia colectiva en igualdad, expresados en exagerar las costumbres tradicionales de su celebración, como; comer y beber licenciosamente, disfrazarse, farrear, emular y criticar, jugar-atacar- con agua, polvos, espumas, alimentos, colorantes, en forma indiscriminada y disoluta, posibles reminiscencias de la permisividad otorgada en las saturnales romanas.

Cómo muchas festividades populares, responde a un proceso de sincretismo cultural que ha originado formas típicas de celebración, como el carnaval cuencano de antaño, tan familiar, barrial y comunal casi abolido en su esencia, pero presente en el imaginario colectivo y humorísticamente testimoniado en “El Pishquista Carnavalero”, artículo publicado en La Escoba en 1950; en el sector rural, el clásico Carnaval del Chazho, con matanza del chancho, canelazos y Compadres. Pero los hay genuinos carnavales locales, como los de los ríos en muchos cantones azuayos y, el de “Los bailadores del Chivo”, presente por los pueblos de la microcuenca del río Jadán, siguiendo la “Ruta de los jugadores del Pucara”: Jadán, El Carmen, Lalcote, Zhidmad y otras comunidades aledañas, caracterizado por comparsas disfrazados con cuero de chivo a la usanza de los combatientes del Pucara; van a ritmo de pingullo y bombo visitando comunidades y hogares en fiesta; cantan, bailan, beben, comen, galantean, meten bulla y buscan pleito, de ahí la sentencia popular “ya están armando chivo”, posibles reminiscencias del proscrito Juego del Pucara.

Este año, es un carnaval atípico a nivel mundial, nacional y local, Carnaval en Pandemia que, con un nuevo formato derivado del protocolo sanitario, convoca una participación familiar íntima pero fiel a una ancestral tradición festiva y genuina expresión cultural. (O)