Junto al río que atraviesa Londres los desechos del ganado que despostaban los tiraban allí y convertían al río Thames en una porqueriza, algo normal para la época como comer con las manos, beber sin importar que cayera en la ropa y la descuidada barba, ejemplos de cómo se vivía en el Viejo Continente.
Normal que una persona se bañara una o dos veces al año ya que las autoridades religiosas habían dicho que era insano el baño constante pues debilitaba a la persona (como evidencia de esto, en la actualidad, un ciudadano indio dice no haberse bañado más de 55 años y goza de una salud de hierro); impensable una ducha o baño así el calor agobiare y ni imaginar hacerlo en el invierno tan marcado que se da todos los años. Los emperadores y gente de dinero tenían sirvientes para escarbar en el cabello y la barba, largos por supuesto, a fin de sacar cualquier alimaña incubada.
Las damas de estirpe cuando salían a presumir llevaban en la cintura bolsitas con flores o preparados de olor a fin de neutralizar ciertos “aromas” corporales y sin embargo… Las películas actuales ambientadas en esos años reflejan escenas muy lejanas al entorno que se vivió, con planos de espectacular limpieza y protagonistas de ensueño tan límpidas para delirarnos, cuando la realidad era otra.
Había suerte si en las calles no se embarraba con los desechos corporales que se lanzaban desde las casas antecedido de un gritito de alerta nada más (imaginemos a cuantos habrá caído encima, sin derecho a reclamo igual como hoy hacen las palomas con algunos despistados). Pongámonos a pensar cómo no se desataron epidemias frecuentes e incontenibles con tanta polución producto de la descomposición orgánica. Igual ocurría en otras ciudades como París cuyo río se convirtió en conductor de pestilencia y liquido negro, casi irrecuperable.
El desaseo no es fruto de la pobreza, sí del descuido y la pereza. Me salió en verso sin querer; ojalá no copien los candidatitos tan numerosos pero carentes de ideas, como el sentado que está sentado en Carondelet. (O)