Tras caminar un poco más de un mes, luego de salir de Venezuela, Ashley, su marido y sus hijos lograron ingresar a Perú. El objetivo era llegar a Lima, debido a que allí se encontraba un grupo de amigos que les habían ofrecido techo, comida y un trabajo.
Sin embargo, en el camino la policía peruana les detuvo y les dijeron que no podían estar en el país. Para evitar la deportación, la familia dio medio vuelta y regresaron a Huaquillas, por donde antes ya habían pasado para adentrarse a Perú.
En la ciudad ecuatoriana, al no tener un sitio fijo decidieron instaurarse en una construcción que no había sido terminada. En ese lugar, que se extiende junto a una avenida por donde pasan a diario docenas de venezolanos, había sido ya ocupado por otras personas que cuentan la misma historia de Ashley.
En el espacio, que no tiene más de doscientos metros cuadrados, están tapiceros, plomeros, maestros, taxistas, que hacía algún tiempo tenían una profesión y un trabajo en Venezuela.
A ellos se suman mujeres, niñas y niños, que han hecho de un pedazo de cemento su hogar hasta tomar una decisión sobre su futuro.
“No tenemos un baño, no tenemos agua, los niños están enfermos. Los mosquitos nos acompañan por el calor que hace. Yo solo quiero un lugar mejor y conseguir un trabajo. No quiero que me regalen. Quiero trabajar, pero es muy difícil, porque todos nos apuntan”, dice Ashley.
Para cumplir sus objetivos, que principalmente se relacionan con encontrar un lugar digno para vivir, los venezolanos tienen que soportar toda clase de comentarios porque los estigmas los acompañan.
Y no hay uno solo de los que están guareciéndose en la construcción que no haya sido tratado diferente por simple hecho de buscar algo mejor fuera de su país.
Hacia ningún lado
Las familias que están junto a la avenida que da hacia el ingreso del centro de Huaquillas no son las únicas. Ellas son solo parte de un iceberg que flota hacia ningún lado.
En la misma avenida está el llamado ex parador turístico, el cual está compuesto de un patio de cemento y de un techo que, hace dos meses, docenas de familias venezolanas se lo tomaron porque Perú cerró sus fronteras para no dejar pasar a nadie por la pandemia provocada por la COVID-19.
Y al no tener vía libre, los venezolanos que buscaban llegar al sur de América Latina no tuvieron de otra: hacer de Huaquillas su lugar para sobrevivir.
En el patio de cemento las familias improvisaron con colchones viejos y mantas sus sitios para dormir, y los niños, con su imaginación, improvisaron allí un lugar lúdico.
En el lugar, las personas no solo se guarecen del clima que puede volverse agobiante en minutos, sino también de los comentarios y los juzgamientos que hace la población de Huaquillas que aumentó en los últimos meses con la presencia de extranjeros.
“Yo lo único que quiero es que ayuden a nuestros niños. Se están enfermando y necesitan comida. Yo puedo dormir en el piso, no me importa, pero necesitamos ayuda para los niños”, dice José Leonardo, de 29 años, quien está en Huaquillas de hace un mes.
Faltan acciones
El gobierno de Huaquillas reconoce que la situación se está volviendo insostenible desde que las familias venezolanas no pueden salir de Ecuador. Aun cuando han brindado las ayudas, en conjunto con las organizaciones internacionales, no es suficiente, porque el número de personas supera la capacidad operativa.
Según Mayra Ramírez, vicealcaldesa de Huaquillas, se puede abarcar con los servicios básicos a los 60 000 habitantes que tiene la ciudad, sin embargo, se cree que hay 10 000 venezolanos repartidos por el cantón, y a ellos ya no se les puede atender, por ejemplo, con agua potable o energía eléctrica.
Y el problema se sigue agravando con la ocupación de los espacios públicos. Las familias venezolanas, al no tener en donde dormir, empezaron a ocupar los parques, las calles y las aceras.
De acuerdo a una encuesta realizada por GTRM Huaquillas, desde el 25 de enero 2021, con la militarización de la frontera de Perú, en la ciudad se reporta un incremento de 500 personas al día.
Ya no es extraño mirar a familias enteras, en donde priman niños que no tienen más de cinco años, vagar por Huaquillas con la esperanza de dejar Ecuador y entrar a Perú. Pero aquello es incierto porque hay el mínimo atisbo de que la realidad vaya a cambiar.
El gobierno local y el Comité de Operaciones de Emergencia de Huaquillas pidieron al Gobierno de Lenín Moreno que se realice un corredor humanitario, ya sea para que las familias regresen a Venezuela o continúen hacia el sur de América, sin embargo no ha habido una sola respuesta.
Otra de las propuestas planteadas fue que se usara el Centro Binacional de Atención Fronteriza (CEBAF) como un albergue para todas las familias que están varadas en Huaquillas, pero tampoco ha habido una respuesta.
Y, mientras no hay contestaciones por parte del Gobierno central, las autoridades de la localidad han tenido que improvisar para de alguna manera mermar la situación, aun así, es imposible abarcar en su totalidad el problema.
Ayudas
Las repercusiones de la movilidad humana no son nuevas en Huaquillas, ya que, al ser una ciudad que sirve de paso hacia el Perú y viceversa, no ha podido obviar varios problemas. Y por esa misma razón es que varias fundaciones y organizaciones internacionales trabajan directamente con la localidad para ayudar.
Entre las organizaciones que brindan ayuda está ADRA, la cual administra el único albergue que tiene Huaquillas. Los miembros están enfocados principalmente en ayudar a las familias que están compuestas por mujeres y niños.
No obstante, según David Torres, coordinador de ADRA, han buscado la manera de extender la ayuda entregando kits alimenticios y agua potable en los lugares en donde se han ubicado las familias venezolanas.
Pero ellos también reconocen que la realidad supera su capacidad operativa, y que es necesario contar con un plan integral liderado por el Gobierno nacional que sigue en silencio ante una realidad tristísima que día a día complica a Huaquillas. (I)