Las masacres en algunas cárceles de nuestro país generaron una reacción de espanto, rayana en la incredulidad. Se supone que estos “centros de rehabilitación social” pretenden lograr un cambio en la visión de la vida de los reclusos para su reincorporación a a la sociedad y que, sin en algún lugar debe haber seguridad plena es en las cárceles. Desde hace un buen tiempo hemos sabido que estas prisiones distaban mucho de ser un modelo de rehabilitación, per difícil es imaginar que entre los internos se den hechos de violencia como los acaecidos. Que cuenten con armas los reclusos es increíble y demuestra insuficiencia en su control. La organización interna y calidad de sus responsables es lamentable.
Investigaciones iniciales muestran que se trata de violencia entre bandas de delincuentes organizadas, con afán de control sin límites en las actitudes, siendo el asesinato un elemento más para “arreglar cuentas”. Para sus integrantes no rigen las leyes y quebrantarlas es su norma. En los últimos tiempos el narcotráfico ha sido, por las gigantescas utilidades que genera, el incentivo para crear bandas con enorme poder para las cuales no hay fronteras y se tornan internacionales. La rivalidad entre estas organizaciones es ilimitada y la lucha por el control de poder inclemente. Las cárceles se convierten en centros de operaciones.
Se podría eliminar este mal eliminando la penalización de consumo y tráfico. Cabe preguntarse si las consecuencias de esta medida generarían mayor daño que el narcotráfico. No puede primar la indiferencia ante el agigantamiento del poder de estas bandas que las fuerzas del orden establecido no logran superarlas. No se puede tomar una decisión de esta índole de la noche a la mañana, pero si plantearse como una posibilidad sopesando las consecuencias negativas en aras de las positivas que son evidentes. Pocos Estados han actuado de esta manera, sin que se den resultados desastrosos. No cabe seguir “tolerando” este problema.