Precisamente en un año más que se conmemora el día internacional de la mujer, Cuenca nuevamente se viste de luto. Mientras muchas continuamos conquistando espacios igualitarios en la vida privada y pública, trascendiendo en el derecho y en el deber, equilibrando la ternura con la disciplina, otras pierden su vida en manos de quien simboliza la fuerza, el odio y el poder en potencia criminal, un femicida oculto tras la máscara de lo funesto.
Probablemente la violencia extrema pueda detenerse si accionamos en el debido momento las alertas que avizoran un riesgo letal; sin embargo, infame es culpabilizar a quien con su ingenua compasión por el verdugo se aferró a la candorosa ilusión de calmar la tempestad, de volver a lo que un día hermoso fue.
El miedo, la vergüenza, el sentimiento de abandono y solitud llevaron a la tragedia a una más; hoy una familia llora su ausencia, hoy el clamor de la multitud exige justicia, hoy todas tenemos más miedo que ayer. Poner fin a la violencia contra las mujeres es preservar el núcleo vital de la sociedad, es vivir a plenitud y sin límites, es sentirse libres, seguras y felices, es simplemente vivir… (O)