Después de varias tentativas frustradas por el clima lluvioso, el lunes por la tarde me abrigué y aventuré a conocer el nuevo Jardín Botánico. Lo imaginaba algo similar al de Brooklyn o Ciudad de México, con árboles, flores y arbustos dispuestos de tal manera que guardan armonía y belleza con el entorno. Un sosiego para la vista. Pero en su lugar, encontré un cementerio de plantas. ¡Qué desolador! Para ser un jardín botánico, falta mucho trabajo por hacer. Casi todas las plantas silvestres están secas. En varios lugares, se observan círculos solitarios de tierra con placas que indican los nombres de plantas inexistentes. En el espacio destinado a una chacra, esta luce seca, alicaída, con hojas negras. Una necrología silenciosa al maíz. Muchas plantas están sembradas al azar, sin guardar un diseño adecuado. Hay mascarillas tiradas en la laguna donde está la totora que, de tan alta, sus tallos traspasan las tablas de madera de la caminería, los que deberían ser podados.
La vista hacia los dos ríos flanqueados por árboles frondosos y verdes, escuchando el sonido ensordecedor del agua galopando sobre las piedras, es maravilloso, mágico, sanador. Y fuera mil veces mejor si no hubiera basura atascada en las raíces de los árboles, de lo cual la EMAC debería encargarse de limpiar no sólo previo a las fiestas de Cuenca, sino periódicamente. Los cuencanos salimos los 365 días del año a los parques, no sólo el 12 de abril ni el 3 de noviembre. La prematura inauguración del Jardín Botánico fue un traspié. Una apología a la mediocridad.
Transcribo textualmente lo que el alcalde dijo en una entrevista: “… nosotros no vamos a venir con vanidades. Está prohibido que mi nombre y mi foto salga en pancartas, lonas, etc. Aquí no estamos promocionando a Pedro Palacios, porque no es su administración, es la administración de los cuencanos. Por lo tanto, no vamos a destinar un sólo centavo para este tipo de cosas”… Concuerdo, pues ninguna autoridad es dueña de las obras construidas con dinero del pueblo.
Como sabemos de sobra que el alcalde es un hombre de palabra, confiamos en que retirará los letreros con su nombre del Jardín Botánico y de cualquier otra obra que haya entregado a la ciudad, los que hacen alarde de cierta vanidad. Caso contrario, quedará para la historia como un figureti más. (O)