La creencia en seres sobrenaturales ha sido un componente muy generalizado en el desarrollo de la humanidad, lo que ha dado lugar a que se desarrollen religiones de diversa índole en las diferentes culturas y civilizaciones. Además del ordenamiento de estas creencias, una de las características de las religiones es el surgimiento y consolidación de principios y pautas de conducta para que las colectividades puedan vivir con orden, evitando hasta cierto punto el abuso de los más fuertes. Este ordenamiento está garantizado por el poder de las divinidades que establecen castigos para los que quebrantan las normas que posibilitan una organización de los grupos humanos y el sentido de cooperación para lograr mejores resultados.
Puesto que razonamos y somos libres, se han desarrollado, con frecuencia partiendo de las religiones, principios morales que establecen el bien y el mal, normas que tienen una obligación para todos. Para que estas normas tengan mayor solidez, las organizaciones políticas han establecido leyes dictadas por las autoridades pertinentes que controlan su observancia e imponen castigos para los que las incumples. Las leyes provienen del Estado, pero la mayor parte de ellas se fundamentan en principios morales que aspiran a que el bien común prime sobre intereses y ambiciones personales, La religión y la política son fuente de este orden sin que necesariamente se unifiquen.
Siempre ha habido personas que no han cumplido con estas normas y han cometido delitos. Hay delincuentes que actúan “sin Dios ni ley”. Lo grave es que han surgido organizaciones con su propio ordenamiento que actúan según sus propios principios. En nuestro país hay algunas vinculadas con frecuencia a instituciones internacionales como el narcotráfico que cuenta con sus propias “leyes” en las que Dios y la ley han sido sustituidos por ambiciones egoístas. Es necesario que los gobiernos aúnen sus esfuerzos para combatirlas y busquen alternativas para este ordenamiento del mal.