En muchos problemas de la vida, los seres humanos tenemos ideas diferentes. Si se trata de solucionarlos en el futuro, esta diversidad se ahonda. Al hablar de programas de gobierno por aspirantes a la primera magistratura, estas divergencias son mayores. Un debate implica exposición y defensa de los planteamientos fundamentada en razones sobre hechos que se pretende realizar en el futuro, partiendo de problemas y condiciones del presente y del pasado. En el campo de la política lo normal es que los proyectos se fundamenten en ideologías. Candidatos con diversos antecedente y condiciones debaten cuando defienden sus planteamientos partiendo de ideales y experiencias.
El denominado debate entre los finalistas para la presidencia de la república, ni de lejos reunió estas condiciones. No nos referimos a las ideas expuestas por cada uno, sino a la observancia de las condiciones que debe tener un debate. La problemática planteada para debatir para que se mantenga algún orden, es discutible, pero lo que realmente ocurrió es enfrentamiento de las actitudes de los debatientes, al margen de responder a las preguntas partiendo de ideas y proyecciones de sus organizaciones. En buena medida, cada uno de los participantes “respondía” a las preguntas manifestando su posición sobre temas que se les antojaba, con un dejo de agresividad y sátiras para “herir” al adversario y responsabilizarlo de las calamidades del presente.
No pretendemos tomar partido por alguno de los debatientes, nos interesa mostrar la falta de cultura política del país ya que, cada uno buscó deteriorar la calidad y honestidad de su contrincante recurriendo, con frecuencia, a reales o supuestas cualidades y defectos del adversario. No se dio una contienda sobre ideas y proyectos sino estrategias agresivas, a veces adornadas con humor, para conseguir que el público cambie su posición y actitud sobre el contrincante al definir su voto. En términos de madurez y seriedad política, más que un debate fue una debacle.