El sexo, características físicas y biológicas con las que nacemos, no determina necesariamente nuestra conducta. En cambio, el género, características que la sociedad asigna a hombres y mujeres, es una construcción social que determina roles. Los roles de género son los comportamientos o funciones que hemos aprendido y aceptado, de acuerdo a los atributos asignados socialmente a mujeres y hombres.
Los papeles o roles de género estrictos, los conceptos de dominancia masculina, el honor masculino y la competencia constante, contribuyen a la violencia contra las mujeres. El informe de la Organización Mundial de la Salud expresa que cuando hay normas de género y sociedades rígidas, la violencia doméstica aumenta.
Esta construcción cultural de género, establecida por etiquetas sociales, están presentes desde el inicio de nuestras vidas; sin embargo, las atribuciones de género son las que generan desigualdad, porque sitúan a las mujeres en determinados espacios o actividades creando, históricamente, desigualdades y distorsiones culturales, donde es evidente la violencia y hasta la muerte en contra de la mujer.
La desigualdad de género evidente es, por ejemplo, en la brecha salarial. Mencionamos el trabajo productivo, que se realiza fuera del hogar; y, el trabajo reproductivo, que no es remunerado (quehaceres domésticos y cuidado de personas). De acuerdo con el análisis del uso del tiempo realizado por el INEC, las mujeres destinan, en promedio, cuatro veces más tiempo al trabajo no remunerado, que los hombres.
Romper estereotipos y lograr una equidad de género es difícil, pero, no imposible. El primer paso es un involucramiento responsable desde todos los frentes: familia, instituciones educativas, Estado, a fin de ofrecer las mismas condiciones y oportunidades de tratamiento, pero, considerando las situaciones diferentes. (O)