Es un signo de progreso, el hecho de que las condiciones del mundo moderno ya no exijan la concentración en una sola persona de un poder suficiente para convertirla en un líder carismático, cuyos juicios y decisiones influyan en todo el mundo.
Es positivo que el mecanismo democrático de las sociedades con un alto nivel educativo, opere tan satisfactoriamente, que no haya necesidad de contar con líderes de poderes extraordinarios. Sin embargo, la cuestión es diferente si interpretamos la falta de figuras sobresalientes, como un indicio de que la sociedad democrática contemporánea no es capaz de producir conductores políticos de gran competencia y fuerza de atracción dentro de un marco de verdad, ética y moral.
La conducción y la organización de las instituciones democráticas son tareas más delicadas y difíciles que la conducción dictatorial carismática. Un líder de esta última clase obtiene la obediencia de sus súbditos, en parte por la fuerza, y por otra, despertando en las masas emociones irracionales.
Una de las mayores cualidades de un buen líder debe ser la humildad y el sentido común. Un dirigente no sólo debe tener la consciencia de que no lo sabe todo y abrirse en todo momento a los asesoramientos informados y científicos, pero cuidándose de no ser títere de nadie. Debe tener el sentido de la oportunidad y valentía para tomar las decisiones a tiempo, por más complicadas que fueren.
Alguien dogmático, arrogante, pusilánime, fantasioso u oportunista jamás será un competente conductor de un pueblo. Un buen líder sabe que cada uno de sus actos son replicables en la coyuntura o en el futuro.
Un líder es un ser humano sujeto a errores, sin embargo, tiene la obligación de reconocerlos para avanzar. Por eso un prepotente, es un peligro en la silla presidencial. Silla que en la democracia debe representar el bien común, no un interés particular o de grupo.
Estamos a las puertas de elegir a nuestro próximo mandatario, por lo que escoger a la persona adecuada para dirigir el país en momentos tan delicados es de VIDA O MUERTE. Tal líder a más de lo señalado, debe exhibir su honestidad, capacidad e ideas, y sobre todo su templanza, madurez y visión estratégica y sacar al Ecuador de la bancarrota.
La realidad política, económica y social en la que nos encontramos inmersos, nos debe hacer reflexionar que no debemos volver a elegir a políticos o a advenedizos de la política, peor a títeres de las mafias que arrojan a los ojos del pueblo polvos dorados y a sus oídos falsas promesas. (O)