Justo cuando Ecuador vuelve a ser arrinconado por la Covid-19 suceden hechos no entendibles para la razón humana cuando de por medio está la vida.
Absorto, el país escuchó la reprimenda del Ministro de Salud, Mauro Falconí, a los coordinadores zonales de esta Secretaría de Estado. Lo hizo desde el lugar donde está confinado porque también es víctima de la enfermedad.
El ministro reclama porque no hay una base de datos de la existencia de vacunas. “¿Dónde está la información?” “¡Quiero saber cuántas dosis hay para poder hacer una planificación de vacunación!” “Quiero que se despabilen. Y si tienen que reputear a todos y botar a medio Ministerio ¡bótenlo! ¡Pero quiero datos”! “No puedo dormir, estoy desesperado… ¿Y ustedes!”.
Más duro no pudo ser Mauro Falconí. Implícitamente da a entender que no hay un plan articulado de vacunación. Cunde el desorden. No habría registros ni de cuántas dosis se aplican, ni de a quién se aplica, peor de los tiempos previstos para hacerlo. Tampoco están unificados los puestos de mando entre el Ministerio de Salud y el IESS; y el tan publicitado cronograma de inmunización según el orden de prelación se resquebraja. Esto último dio lugar a los “vacunados VIP”.
Si interpretamos taxativamente la reacción del ministro, es evidente que los mandos medios actúan por su cuenta o no tienen un norte organizativo; o, a su vez, el personal que está bajo su mando hace de las suyas.
Sea lo que sea, debe entenderse que Ecuador, como lo está todo el mundo, vive una emergencia sanitaria. Que ahora mismo, el virus y sus diferentes cepas atacan con fuerza. Los hospitales están colapsados. Vuelven las restricciones, aún las más extremas. El presidente Lenín Moreno ha dicho, y con razón, que retornar al confinamiento sería catastrófico, sobre todo para la economía.
Obvio que la gente debe poner de su parte, mucho más ahora que no existe liderazgo en el gobierno. Hay un ministro de Salud contagiado, y como que todos quieren tocar sus propias partituras ante una población desconcertada e indisciplinada