Abundan los criterios seudofilosóficos, o quizá optimistas que anuncian la alborada de una nueva era cuando se supere la tragedia de la pandemia. Dicen que nos volveremos más solidarios, más comprensivos con los seres humanos que no tienen con qué ni en donde vivir, que las instituciones privadas y públicas de salud y de economía, serán menos egoístas y que se vivirá mejor con una más decidida intervención estatal en todos los campos del convivir, es decir la utopía del siglo XX, del socialismo teórico y fracasado. Hay los que creen que los sistemas educativos van a mejorar, más informatizados, para volverlos asequibles a sectores más amplios de la población, sobre todo de escasos recursos, etc.
Si hemos sido testigos, indignados y enfurecidos, de cómo desde este gobierno ladrón se ha seguido con los latrocinios más infames, sin respetar siquiera el dolor, la enfermedad y la necesidad de los pobres, con la impunidad garantizada desde Carondelet, Asamblea Nacional y Cortes, por más que de labios para afuera aseguren lo contrario, entonces ya sabemos que nada cambiará, que todo seguirá igual o peor que antes. Estamos ante unas nuevas elecciones, pero sabemos que muchos estarán alistando las uñas para robar cuanto sea posible estén en el bando que estén. Lo de servir al pueblo y a la Patria son eslóganes desgastados, más ahora que estamos sufriendo esta espantosa enfermedad.
Y sobre religión, ¿qué dirá la gente después del fracaso de la más grande bendición del Papa, la Urbi et Orbi, que creyeron libraría al mundo del desastre de esta pandemia? ¿o de la bendición de un Cardenal, sobre Guayaquil, desde un helicóptero, que no logró conjurar la “ira” y el “castigo divino” –como dicen algunos fanáticos- y cómo la humanidad y los pobres, especialmente, siguieron y siguen cayendo en gran número? (O)