Estimado lector, seguramente al momento de leer estas líneas, estaremos en el silencio electoral, por lo que no pretendo (no lo hiciera nunca) influir en su decisión. Si puedo, sin embargo, decirle que nos jugamos el futuro. Y tal vez por eso, deberíamos acudir al llamado de la democracia, no por uno u otro candidato, seres fugaces y contradictorios como nosotros, sino mirando más allá. Votando, quiero decir, como una afirmación de los que aún creemos en un futuro dónde no debamos elegir entre prosperidad y dignidad.
Y ojalá que lo que se junte no sean los odios sino las esperanzas. Que vote el pueblo para dejar un mensaje claro: llegue quien llegue, estaremos vigilantes y nos haremos respetar. Y estamos abiertos, desde luego, a la solidaridad y al progreso. Al espectáculo de la industria con las alas abiertas. El campesino lanzando semillas al viento. La madre meciendo la cuna y el muchacho leyendo a las puertas de la Universidad. La mano popular sosteniendo un arado. La sangre honesta y trabajadora. Es tu rostro de obrero el que amamos Ecuador, no tu máscara de mercader. Y es a ese futuro al que le apostamos. Y por ese futuro la vida misma.
Y habrá que dejarle claro, al nuevo mandatario, que más allá de su agenda, estamos votando por el progreso y por la paz. Paz para mirar el sauce que llora desconsolado junto a un puente roto. Paz para escuchar al viento del páramo. Paz para mirar a mi hija dormir y estar allí cuando despierte. Paz para el corazón desgarrado de Quimsacocha y Río Blanco. Paz para que cargue el capulí y nazca la mazorca. Y tendremos que aprovechar para volver a nacer como pueblo. Para tendernos la mano desde la profunda herida de nuestro dolor diseminado. Y luego, cuando se declare un ganador en justa lid, respetar la decisión popular, aunque no coincida con la nuestra.
“Vox Populi, Vox Dei” reza esa máxima que, desde Séneca, se pierde en la noche de los siglos. “Vox Populi, Vox Dei”, que significa: la voz del Pueblo es la Voz de Dios, aunque se equivoque… (O)