No se puede negar que la situación es capaz de ensombrecer el ánimo del más optimista. Hoy, cuando llevamos bastante más de un año inmersos en esta realidad bizarra de rostros cubiertos, miedo e incertidumbre, todavía nos asalta la sensación de que navegamos a ciegas. Cuando se supone que los casi trescientos mil pacientes recuperados deberían iniciar el proceso de inmunización del rebaño; cuando ya casi medio millón de ecuatorianos han recibido la primera vacuna y casi doscientos mil la dosis completa; cuando el empleo y la producción comienzan a recuperarse lentamente y hemos pagado el doloroso tributo de doce mil vidas; cuando parecía divisarse una luz al final de túnel y el horizonte mostraba la posibilidad de volver a algo que se parezca a la normalidad, la realidad nos encaja una bofetada y nos coloca frente a una durísima realidad: caminamos en círculos y el piso cruje bajo los pies.
Claro, alguien dirá que la culpa es de los demás y tendría razón. La desastrosa gestión del gobierno que, por ventaja, concluye. La lista secreta de vacunados que deja en el aire la sensación de que algo oscuro ocurre en los pasillos del poder. La aparición de varias cepas (inglesa, brasileña y neoyorquina), cada vez más contagiosas y letales; permite asignar la culpa de este naufragio a otros y volver a nuestro pequeño capullo de supuesta responsabilidad. Pero la verdad no es esa. La verdad, la incómoda verdad, es que muchas de las respuestas esperan en el hombre del espejo. En la capacidad de mirar hacia dentro y reconocer que también nosotros hemos quitado el dedo del renglón y hemos relajado los cuidados.
En efecto, si algo sabíamos desde un principio, es que la pandemia pondría a prueba, no solamente nuestros sistemas de salud y asistencia social, sino nuestra idiosincrasia como pueblo. Y es allí donde hemos fallado. Las casi doscientas mil aglomeraciones reportadas y las más de sesenta mil fiestas clandestinas, han puesto muy en claro que no hemos entendido nada. Y como es bien sabido, cuando un pueblo no aprende la lección, la historia suele empeñarse en repetirla. Una y otra vez, tantas como fuere necesario… (O)