El tema de las vacunas contra el Covid-19 se niega a abandonar las primeras planas. Por el contrario, ha producido ríos de tinta y sin duda, dada la desconfianza que surge de su entorno, los seguirá produciendo. Pero ¡caray! ¿hasta cuándo? Ya era hora de que la incertidumbre desapareciera del macabro mapa. No ha ocurrido así. Durante su implementación, el cambio de cinco ministros de Salud pone de relieve que la crisis sanitaria es la mayor de que se tenga memoria. Las sórdidas condiciones en que nuestros ancianos son atendidos –si se puede llamar atención- obligados a esperar durante 4 o más horas, pese a que muchos de ellos no pueden mantenerse en pie, El irrespeto de que son víctimas, no solo que constituye despiadada burla, sino que es el sumo summun de la incompetencia.
Para mal de males, los hospitales –incluidos algunos cementerios- están sobrepasados. Y el gobierno ¿qué? Pues, dedicado a vacunar a sus íntimos y a la primera dama –el cacareado proyecto las Manuelas, debería pasar a llamarse La Roc…- pues, su vacunación perjudicó abiertamente a uno de los pacientes en estado crítico. Una vez más, la prebenda por encima de la colectividad.
Por lo demás, preocupa mucho que las vacunas de Aztra-Zéneca, Jhonson y alguna más, produzcan misteriosas embolias fatales. Pero hay algo más grave: el presidente de la Argentina, pese a encontrarse vacunado, fue nuevamente víctima del coronavirus. Resulta insólito –por decir lo menos- que los inyectados deban seguir usando mascarillas. ¿Porqué? En el caso de vacunas como la viruela y un vasto etcétera, su protección es permanente y no requiere, de acciones posteriores. No sin motivo la RAE proclama que las vacunas “inmunizan definitivamente” Todo el macabro embrollo nos lleva a concluir que el empleo de esas vacunas produce más de una duda razonable. Más. Mucho más. (O)