Preocupan las cifras publicadas por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos –INEC- sobre la tasa de desempleo en Cuenca, correspondiente al primer trimestre de 2021. Nada menos que un 8,2 por ciento, un 2, 8 por ciento más que en 2014 y 2019. El índice del subempleo es mucho mayor en el primer trimestre de 2021: 17,8 por ciento, cuando en el mismo periodo de 2019 fue del 7,9 por ciento.
El empleo adecuado en Cuenca, entre enero y marzo de 2021 es del 51,9 por ciento. En igual lapso de 2019 fue del 64 por ciento.
Sobre aquellos tres casos no hay cifras de 2020 debido a la pandemia.
Esa es la aproximación a la realidad laboral en la ciudad, se diría que también de la provincia del Azuay. Y no es muy distante a lo que sucede en el resto del país. Decimos aproximada por cuanto no siempre las estadísticas abarcan el todo y se hacen solo en las grandes urbes.
La falta de fuentes de trabajo es una especie de cascada que, desde muchos años atrás, arrastra toda una carencia de malas políticas, de visión para atraer inversiones, de incentivos tributarios, de tasas de interés elevadas, de apoyo a la agricultura y a otras ramas de la producción, incluyendo al turismo.
Tan dura realidad la dejó al descubierto la pandemia cuyas secuelas durarán por mucho tiempo. Y lo será quien sabe por cuánto tiempo si no se retoman del todo las grandes, medianas o pequeñas actividades productivas.
Pero todo dependerá de que la vacunación contra la Covid-19 sea masiva. Sobre todo, de cómo el nuevo gobierno hará frente a la crisis económica y social en la que está sumido el país, y de cómo las diversas fuerzas políticas y sociales contribuyan para ese objetivo.
Hasta tanto, en el Azuay crece la oleada migratoria al exterior, igual la informalidad. El campo se queda sin agricultores. Valles productivos se parcelan para convertirse en lugares para vacacionar de unos pocos. El aparato productivo, escaso por cierto, se mueve a medias, y los Gobiernos Autónomos Descentralizados también viven su propio marasmo.