Edy Pérez sufre de presión alta, su médico le recomendó caminar unos minutos al día para mantener una buena salud y así lo hace, pero no va sola, su hijo, Joaquín, nacido en medio de la pandemia, es su acompañante. Como ella unas 340.000 mujeres fueron mamás desde marzo del 2020 en Ecuador.
Edy no puede dejar solo a Joaquín en casa, su esposo trabaja en horarios extendidos por lo que se da modos de llevarlo con ella. “Su coche tiene un plástico especial que lo cubre de toda gota que pueda haber, salimos al parque cuando hay poca gente, no nos detenemos y al regreso desinfectamos todo”, comenta.
Ella intentó comprar una mascarilla a su hijo pero no encontró una lo suficientemente pequeña para que no le tape toda la cara y con la que no se enrede, para evitar la exposición del bebé al exterior armó un pequeño gimnasio infantil en casa y prioriza la leche materna como método para mejorar las defensas de Joaquín ante las dificultades para obtener vacunas contra enfermedades como el rotavirus.
En otro punto de la ciudad, Daniela Torres se encarga a tiempo completo de su pequeña Mya. Tuvo un embarazo complicado y riesgo de aborto en plena etapa de confinamiento cuando los servicios de salud pública estaban cerrados. Recuerda que tuvo que acudir a una clínica privada para poder sobrellevar los primeros meses.
“Acudí a los controles en el hospital regional hasta febrero y después ya no hubo más citas, yo tenía un embarazo de riesgo y en verdad al principio me angustié” comenta Daniela.
El médico le recomendó reposo absoluto y el confinamiento de alguna manera le ayudó a sobrellevarlo en compañía de su familia. “Fue difícil pero tuve el apoyo de todos y eso me ayudó”, sostiene.
Claudia Pazán también fue madre en medio de la pandemia, hace poco tuvo que sobrellevar la enfermedad en su propia casa y a esto se suma el teletrabajo y el cuidado de su hijo mayor, una tarea que se vuelve gigante en ciertos momentos.
Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo, la pandemia hizo que la difícil tarea de ser madre se aún más complicada. La sobrecarga en las tareas del hogar, violencia, el estudio en casa de otros hijos y los problemas económicos derivados de la crisis regional afectan a más del 51% de las madres.
Para Edy, Daniela, Claudia y otras miles de madres que vieron como en medio de la pandemia la vida se abre paso entre sus brazos, hoy es un día para festejar, para celebrar el amor incondicional de un hijo, y recibir como recompensa la sonrisa de sus bebés. (JMM)
Con inestabilidad económica, el miedo constante al contagio y un bebé en camino
Los primeros meses en el embarazo de Belén Cedillo transcurrieron con normalidad. Apenas se empezaba a escuchar de los primeros casos de contagio por coronavirus en otros países. Al entrar a su quinto mes de gestación, el sábado 29 de febrero en Ecuador se detectó y anunció el primer caso. Semanas después llegó el confinamiento.
Desde ese momento, Belén ya no pudo realizarse controles ni ecografías. Antes de la pandemia recibía atención en el IESS, pero con las restricciones la institución la contactó solo en dos ocasiones vía telefónica, preguntando por su estado, pidiendo que se acerque a recibir vitaminas y dándole una orden de paso a otra institución para ser atendida en el momento del parto. “Recibí dos únicas llamadas, después de eso, se olvidaron de mí”, asegura Belén.
La situación económica del hogar de Belén y Ariel se quebró cuando recibieron por medio de un correo electrónico la carta de despido de él. Fueron momentos de estrés y angustia. Con inestabilidad económica, el miedo constante al contagio y un bebé en camino, Belén y Ariel vivían el confinamiento.
“Yo no sabía si mi hijo estaba bien, yo solo sentía que se movía y sabía que estaba vivo, no podía salir para nada por miedo al contagio”, relata. Al no poder realizarse ecografías, Belén no sabía nada acerca del desarrollo de su hijo. Al cumplir 40 semanas de gestación y gracias a la experiencia adquirida en su primer embarazo, Belén decidió presionar a la institución para recibir respuestas acerca del procedimiento a seguir.
Como ya cumplió el tiempo previsto y no sentía dolores, los médicos indujeron el parto. Su familia decidió cubrir el monto que pedía la institución para que Belén permanezca sola en una habitación. El miedo al contagio era permanente y necesitaba quitarse la mascarilla porque tenía muchos problemas al respirar.
Belén conoció a Martín, su bebé, el 26 de junio del 2020. Ariel, al día siguiente.
Dar a luz en los primeros días de confinamiento
Anita Calle Riera, de 47 años de edad, recuerda el proceso de su embarazo con una mezcla de emociones: nostalgia, alegría y preocupación extrema. Junto con Joffre Jaramillo, su esposo de 43 años, dio la bienvenida a Joffre Benjamín Jaramillo Calle una tarde del 26 de marzo del 2020, en medio de la época más complicada de la pandemia. Él es su segundo hijo, el primero es José Daniel Bacacela Calle.
Anita vivió un embarazo de alto riesgo, por lo que sus cuidados debían ser más rigurosos y constantes. Eso la llevó a atenderse en el sistema de salud privado. Además, las instituciones públicas de salud empezaban a saturarse de pacientes con covid-19. Su desempeño laboral tomó varias pausas al sentir temor constante de las salidas y el contagio.
Continuó asistiendo a sus controles y en un día completamente inesperado, Anita sintió que Joffre estaba a punto de nacer. Era la semana 38. “En el momento en el que ingresé al hospital me pusieron una bata, me despedí de mi esposo y ese día comenzó una bendición y una pesadilla”, dice Anita.
El personal de salud, de pie a cabeza con implementos de bioseguridad, le recordaba a Anita que no podía sacarse bajo ningún motivo su mascarilla. Esto le causaba impotencia, sentía que no podía respirar con facilidad y el estrés se apoderaba de ella por el miedo en la sala al contagio.
Anita recuerda con emoción la labor de las enfermeras y doctores que la asistieron, quienes, en medio de la situación tan difícil por la que estaba pasando, le brindaron apoyo.
Joffre nació a las 3 y 40 de la tarde. Una vez que dieron de alta a Anita y, a punto de salir del hospital, ingresó un paciente con covid. Tuvieron que esperar una hora más para abandonar el lugar.
Entre la lluvia y la necesidad de comprar leche para el pequeño Joffre, buscaban en las calles desoladas de la ciudad y bajo restricciones de movilidad, una farmacia abierta, pero no tuvieron éxito.
Regresaron a su casa muy tarde y a confinarse completamente. La familia no pudo recibir visitas de amigos ni familiares debido a los cuidados que se deben mantener. La pareja decidió extremar los cuidados y, hasta el momento, Joffre no ha podido conocer de manera presencial a los demás integrantes de su familia, solo mediante videollamadas.
Anita renunció a su trabajo después de 22 años de trayectoria, para dedicarse al cuidado de su hijo y a su familia, esperando en algún momento regresar a la normalidad y que Joffre pueda conocer una vida sin miedo a un virus.
Joffre, Anita y su hijo. Cortesía
Sin contacto con el bebé en los primeros días de nacido
Ana Durazno, de 23 años de edad, entró en labor de parto en su domicilio el 22 de agosto del 2020. La ambulancia llegó en el momento exacto para asistirla y la trasladaron al hospital Vicente Corral Moscoso, en donde la ingresaron en el área de ginecología junto a más pacientes y le realizaron varios procedimientos médicos porque empezó a presentar complicaciones en su salud.
Después de recibir el alta y regresar a su hogar, Arturito, el hijo de Ana, enfermó y tuvo que ser internado a los tres días de haber nacido. Le realizaron pruebas de coronavirus y exámenes constantes.
Había mucho temor de que en esos procedimientos Arturito se contagiara. Mientras estaba internado, su madre no podía tener ningún contacto con él, debido a protocolos implementados en la institución para evitar contagios. Ella asistía al hospital solo para entregar la leche para su hijo y se retiraba, preocupada por no saber mucho más.
“Todo fue muy difícil, desde que me enteré que estaba embarazada permanecí encerrada. Cuando di a luz, no tener esa alegría de recibir visitas o presentar a mis familiares o amigos a mi hijo era difícil, existía una preocupación constante por toda la situación”, asegura Anita.
Luego vinieron otras preocupaciones. Anita recuerda la escasez de vacunas para los infantes. Ella iba en repetidas ocasiones a los centros de salud en busca de las dosis requeridas, pero no recibía respuestas positivas. Ese es un problema con el que aún muchas madres y padres lidian. (Marcia Martínez para El Mercurio)