Hoy, 13 de mayo, en nuestro país es un día común y corriente, pese a que en 1830 nació la República del Ecuador como país independiente y soberano. El 10 de agosto y el 24 de mayo son feriados ya que se conmemoran importantes acontecimientos en el proceso de independencia de España. En el primer caso, en Quito, capital de la Real Audiencia, fueron desplazas las autoridades españolas y asumieron temporalmente el control, ciudadanos nacidos en esa ciudad, lo que se considera el primer grito de independencia que en poco tiempo fue sofocado. En el segundo la batalla de Pichincha que consolidó la independencia como parte de la Gran Colombia bajo el liderazgo de Simón Bolívar.
Vale la pena destacar que el nuevo nombre de este Estado fue Ecuador, como referencia a que en su territorio cruza la línea equinoccial que cobró importancia internacional cuando de Francia llegó el grupo de científicos dirigidos por La Condamine para constar la ubicación de esta línea, lo que equivaldría a una “partida de bautizo”. El hecho tuvo lugar sin batallas ni derramamiento de sangre como un hito más en la disolución de la Gran Colombia en la que había soñado el Libertador. Con una visión negativa realista, fue un hecho más en el proceso de fragmentación de lo que fue el imperio español en esta parte del mundo, a diferencia de las colonias inglesas del norte que mantuvieron su unidad federal.
Al margen de “hechos gloriosos”, vale la pena reflexionar en qué medida, en términos globales, esta independencia fue positiva o negativa. La diferencia en desarrollo social y económico en lo que fue el imperio inglés y el español es enorme y uno de los factores fue esta fragmentación que generó nuevos países con economías débiles y rivalidades y controversias que en nada beneficiaron el futuro, sin razones de peso e importancia. Desde otro ángulo, es importante reconocer que la inestabilidad e intervención militar ha sido la tónica mayor en la historia republicana. Llevamos cuatro décadas de estabilidad que nos ilusionan con un futuro positivo.