En la reforma protestante, uno de los problemas doctrinarios fue la eucaristía. La transubstanciación que mediante rituales el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo, fue cuestionado por la reforma. La iglesia intensifico la celebración del Corpus Christi en la festividad que lleva su nombre, añadiéndose al ceremonial religioso festejos populares que en algunas partes tuvieron especial importancia. En nuestra ciudad y su área de influencia, la conmemoración se prolongó por 7 días en cada uno de los cuales diversos grupos ciudadanos asumían el culto. El “setenario” se convirtió en una de las fiestas en las que, además del pase del niño, definen su identidad popular.
Sobre todo, las noches, “vísperas” muchos cuencanos se reúnen en el parque Calderón donde están las catedrales, para disfrutar de un festival luminoso en el que los artesanos pirotécnicos derrochan sus grandes dotes técnico creativos, sobre todo en los castillos, monumentos luminosos multicolores cuya larga elaboración se extinguía en minutos, iluminando las almas de los que contemplaban su quema. El cielo de la ciudad y sus alrededores estaba surcado por globos de las más diversas formas y colores. Personas de todas las edades y grupos sociales se dan cita para este disfrute extraordinario y gratuito.
El culto al paladar no podía faltar. La capacidad culinaria de nuestra ciudad, sobre todo mujeres, inundan plazas públicas y casas con dulces de los más diversos sabores y calidades rindiendo dulcísimo homenaje a los golosos. Además del paladar, disfruta también la vista por su multicoloración. Las bandas populares han sido desplazadas por aparatos electrónicos desbordantes de música. Hoy se inicia un setenario más, los condicionamientos impuestos por el covid19 afectarán el goce colectivo de estas reuniones en las que la satisfacción y el disfrute desplazan rivalidades y resentimientos, fomentando la unión luminosa y deliciosa.