La pandemia rompió la capacidad de prever, alteró hábitos y derogó costumbres. Rompió la confianza frente al prójimo y transformó los comportamientos comunes inofensivos, en actos de irresponsabilidad: como asistir a conciertos o a fiestas clandestinas, a un partido de fútbol etc.
La gente se ha visto precisada a inventarse y a generar e imponer otros códigos de comportamiento, a encerrarse, desconfiar y prever de modo distinto. A trabajar a distancia, mantener las relaciones por Zoom, a renunciar a actividades antes inocuas y acomodarse a circunstancias que se prolongan cada semana, cada mes, cada trimestre.
Considero que lo antes mencionado constituye de alguna manera un cambio cultural muy importante que, probablemente, persistirá y cambiará a la sociedad, para mejor o para peor.
Las vacunas, son un elemento importante, pero, al parecer, no son la panacea inmediata y definitiva, el camino aún es largo e incierto en todo el mundo, basta mirar a la India y su tragedia.
La pandemia del Sars-Cov 2, se ha llevado por delante muchas cosas y ha ensombrecido el horizonte de nuestro pueblo. Salir a flote no será nada fácil, no es hora de divisiones, de codicias, o de luchas despiadadas por el poder. Es hora de la unidad, del fortalecimiento de las instituciones, del respeto a los derechos humanos, del buen gobierno y de la leal oposición.
Salvo los esfuerzos de médicos, enfermeras y personal de servicio, policías y militares, las deficiencias del poder han sido evidentes. La política inmune a la pandemia, durante este año, ocupó, cuando convenía, el escenario público, con mira a las elecciones que se llevaron a cabo en medio de la emergencia sanitaria, pero siempre bajo las oscuras pautas del interés partidista y las perspectivas de distribución de los espacios de poder.
Es hora de sacar de dentro hacia afuera lo mejor de nuestras virtudes y empujar a nuestro país en dirección de la dignidad, de la paz y del bien común.
Le deseo lo mejor al presidente Lasso: acierto, paciencia y una fe grande. Y la capacidad de navegar como buen capitán en medio de muchos tiburones que intentarán desviarle de su rumbo y echarlo a pique, no buscando el bien de la patria, sino, simple y llanamente, la tajada del poder. (O)