La nave del IESS hace agua por todos lados. Su hundimiento, parece inevitable. El encrespado mar en el que navega, está lleno de agitadas olas y de peligrosos remolinos. Tomar medidas que eviten su inminente naufragio es, ¡qué duda cabe!, la tarea más apremiante del presidente Lasso, como de la Asamblea. La inaplazable necesidad de una nueva ley o de sustanciales reformas a la vigente, exigen de expertos en diferentes materias: la de doctos en el cabal conocimiento de su legislación y de la que surge del derecho comparado, como de técnicos versados en los cálculos matemático actuariales, base y cimiento de su sustentabilidad económico financiera.
Además de establecer los correctivos que demanda su estabilidad, es imperativo que con cauterizador Inri se marque a sus aborrecibles responsables, esto es, en el caso que nos ocupa, al correato y al morenato, cuyas deplorables administraciones, lideradas en su momento por los inefables Richard Espinosa y Ramiro González, -posibles autores de peculado y otros delitos- contribuyeron al desastre en que hoy se debate. La eliminación y no pago del 40 % de los aportes estatales y la extensión –sin financiamiento- del seguro de salud a los hijos de afiliados son los detonantes que desfasaron al sistema y los que provocarán su posible y trágica bancarrota.
Ahora bien, la imposibilidad de que sus unidades médicas den cabida a los nuevos asegurados: los hijos de afiliados, ha obligado a que se contraten servicios con centros privados, con los que, por su crisis económica, mantiene cuantiosas deudas, varias impagas desde hace más de 9 meses. De no adoptar medidas emergentes, se podría provocar la quiebra tanto del IESS como de esos centros. Si no se evita el desastre médico que se cierne en el horizonte, debería pasar a llamarse Instituto de Inseguridad Médica. ¿Verdad? (O)