Todos procuramos hacerla, desde los primeros años hasta su culminación, esforzándonos, como debe ser, por superar las dificultades y asumir los desafíos en el día a día de la aventura de vivir, porque es una aventura la que se emprende al momento que la asumimos con la conciencia de ser los sujetos de nuestra misión. Así pasan los años y de pronto nos vemos culminando una etapa, pero luego se abre otra para ir construyendo la existencia, como una creación de nuestra iniciativa, de las decisiones que tomamos o de las obras en las que actuamos como los sujetos reales de esa historia, que dejamos para ser contada algún día, si así lo quieren hacer quienes nos vieron caminar por estos senderos.
En este artículo pretendo dejar una nota sobre RENÉ DURÁN ANDRADE a quien le valoré en su dimensión humanista cuando servíamos a la comunidad, desde la Administración de Justicia, entre los años 1998 al 2014, o en la Cátedra Universitaria, a la cual fue invitado algunas ocasiones, para que nos delineara el papel de los servidores judiciales, en la materia del Derecho Civil en la que con maestría, lucidez y una visión iluminada por la buena fe, punto excepcional es su defensa del valor de la palabra empeñada como testimonio y garantía de la seguridad jurídica y de los contratos, en este sistema de valores supo honrar con sus acciones y desde luego ilustrar y guiar, a quienes recurrían por sus testimonios y lecciones. Décadas de servicio eficaz y honesto aportó, sea como Notario, como Profesor invitado, o sencillamente con el ciudadano que recurría a su despacho, en el que cumplía su misión vocacional de dar fe de los actos orientados por los principios de la Justicia.
No he tocado un tema político cuanto más bien resalto la personalidad del ciudadano y jurista que trabajó por el bien común con ese don especial de la transparencia y de la solidaridad. (O)