Debemos considerar un buen gesto del Gobierno la designación de Marcelo Cabrera como Ministro de Obras Públicas, Comunicaciones y Transporte. Fue Alcalde de Cuenca en épocas en que decía no disponer de apoyo estatal como para ejecutar todas las obras que quería hacer.
Pues ahora, se encuentra en una privilegiada posición para planificar y ejecutar no solo lo que no pudo hacer en aquellos malhadados tiempos del correato sino lo que ahora se considere necesario e indispensable.
La región austral en general y Cuenca en particular deben sentirse muy satisfechas por la designación que ha recaído en Cabrera. Y es que al fin podremos ver las carreteras infames sacadas del abandono y de la postergación para convertirse en unas decentes y adecuadas a estas épocas en que, como nunca, la prosperidad está supeditada al estado y condición de sus vías de transporte y comunicación. Que ejecute obras para durar unas cuantas décadas, no como las del correato ejecutadas con muy altos, excesivos, costos, más de 16 millones por kilómetro, que en otras partes vale 1.200.000, y que a pesar de ello desde hace un buen tiempo se encuentran en estado de destrucción.
¿Tendremos, al fin, motivo para sentirnos esperanzados con esta designación? Hemos tenido Ministros en esta cartera, pero, por razones difíciles de comprender, no resultaron lo suficientemente efectivos para el Austro.
Le corresponde al flamante Ministro atender la espantosa situación de la comunicación aérea que se encuentra en la peor situación que imaginarse pueda. Las tibias reclamaciones de nuestras autoridades sobre este asunto han sido campantemente ignoradas por la burocracia centralista.
Además, vale la pena que se ocupe de la restitución del servicio de ferrocarril, sistema de trasporte válido en todo el mundo civilizado y que fuera destruido y robado después del desastre de La Josefina. Nadie de nuestra región defendió el despojo de esa obra, ni siquiera pudieron impedir el robo de los rieles ni, gran vergüenza, hasta de la hermosa locomotora antigua que quedó acá a raíz de aquel desastre. Ahora nadie sabe a dónde ha ido a parar como consecuencia del latrocinio centralista. (O)