Lo ideal sería que en una campaña política, todos quienes trabajan para lograr la victoria de sus candidatos lo hagan sin ningún interés burocrático. Pero esto es imposible; una fantasía acaso.
Desde quien lo hace portando propaganda, hasta el dirigente, aun el de pequeño rango, hasta los que invierten, aspiran a ser parte de la burocracia estatal.
A un mes de gestión del actual gobierno, por todos los medios posibles se hace público el descontento de los que tenían tal aspiración. Y lo hacen tanto porque son ignorados, cuanto porque los que lo han logrado jamás fueron parte del movimiento político que llevó al poder a Guillermo Lasso, tampoco de otros que lo apoyaron; y, lo que es peor, provienen del correismo y de otras tiendas políticas radicalmente opuestas al ideario del actual mandatario.
Se dice, por ejemplo, que la ministra de Educación es (¿fue?) partidaria del expresidente Correa, cuyo regreso al poder a través de su candidato fue impedido porque en la segunda vuelta los anticorreistas se unieron para impedirlo, y apoyaron a Lasso aunque no necesariamente comulgaban con sus tesis.
En el caso del Azuay, ciertas designaciones causan sendos reclamos, son objeto de críticas, de rechazo, y hasta de posibles deserciones a mediado plazo.
El centro de la polémica es el ministro de Gobierno, César Monge, quien ha precisado que es responsabilidad de cada gobernador los nombramientos dentro de sus jurisdicciones. En estos territorios hay pocos cargos, pero muchos aspirantes.
Es obvio entender que en cada cantón las directivas de CREO y de otros movimientos que lo apoyaron, diseñaron sus propias listas de aspirantes a tal o cual puesto. Empero, en algunos casos no han sido tomados en cuenta. Mas bien han visto con asombro designaciones inimaginables, producto hasta de «entrañables amistades «.
El gobernador está en su legítimo derecho de escoger a los mejores cuadros. Pensando en ese «Ecuador del encuentro». Pero no es menos cierto que los designados deben tener talla moral y ética, que su gestión guarde relación con su pasado político, y que la ostentación del cargo no divida a los pueblos.
En esa medida, es necesario que el gobernador allane el camino para que quienes reclaman y exigen lo suyo, dialoguen con él. Esto permitirá desactivar resentimientos, sobre todo, entenderse; pues la gestión pública debe generar confianza, credibilidad, que es lo que más tiene que interesarle al gobierno.