¿A quién sirven los periodistas?
Uno de los más graves problemas y obstáculos que tenemos los periodistas para ejercer nuestro oficio es que estamos obligados -por presiones externas o por aceptación propia- a obedecer lo que dicen los dueños de los medios, los representantes de los poderes fácticos, los editores jefes, los editores más antiguos, los códigos, los manuales, los reglamentos internos, los convencionales libros de texto, los analistas mediáticos, los editores más antiguos, los docentes y catedráticos, los expertos en consejos y tips, los que creen saberlo todo sobre la deontología periodística, los que imponen los formatos, las maneras de, las técnicas para, las fórmulas con las cuales…
Esas son algunas de los razones que explican los motivos por los que los medios que representan el periodismo tradicional se encuentran estancados, enredados en sus discursos de hace más de un siglo cuando los fundaron, atrapados en modelos y retóricas que cada vez más van quedándose en el pasado, acusados por sí mismos de propagar “fake news” o de diseminar “posverdades” que son un conjunto de narrativas ligeras, sesgadas, sin equilibrio, injustas, totalmente alejadas del pluralismo, de la libertad de expresión y de la obligación de que todos los actores de un hecho, sean de la línea política o social que fueran, deben tener un espacio para expresar sus razones, argumentos y defensas.
¿Qué hacer para renovar, reinventar o refundar el periodismo del siglo XXI? La nueva centuria ya lleva 20 vertiginosos y atemorizantes años de vida, pero los medios de comunicación y sus periodistas no parecen entender que otro mundo es posible y que es necesario caminar en dirección a él sin caer en el error de creer que están trabajando en una prensa contemporánea solamente por el hecho de usar (de malusar, en muchos casos) las redes sociales y las herramientas digitales.
Lo que parece que no alcanzamos a comprender la mayoría de medios de comunicación y de periodistas es que no es suficiente el hecho de que tengamos la capacidad técnica de dominar las herramientas digitales (convirtiéndolas, en muchos casos, en elementos para hacer prensa light y farandulera), sino de elaborar y distribuir contenidos de calidad que, primero, informen con verosimilitud, exactitud, contrastación y contextualización adecuadas y, segundo, que sean útiles para el público, en especial con la difusión de hechos importantes para que la sociedad se construya o se reconstruya.
Por eso, siguiendo la filosofía del gran maestro del periodismo, el polaco Rizjard Kapuscinski, lo que toca es renovar el discurso, reinventar la teoría, eludir el trabajo en manada, reestructurar los sistemas editoriales, rearmar las salas de redacción, encontrar nuevos modelos ya no verticales ni jerárquico-impositivos sino horizontales y democráticos, refrescar las maneras de debatir los temas del día, armar espacios de deliberación y discusión y de involucrar, en lo más profundo y en lo más amplio, a todos los estamentos del medio de comunicación para construir líneas editoriales y argumentales distintas, sorprendentes, nuevas y empáticas con la gente.
En su libro Bienvenidos a la nueva era de la corrupción, el periodista británico Paul Starr advierte que “mucha gente espera que los sucesores de los periódicos emerjan de las redes. Pero (tal como están las cosas en la prensa convencional) puede ser que no haya sucesores, al menos ninguno de los periódicos como los hemos conocido y como los conocemos. Podemos estar acercándonos no al fin de los periódicos, sino al fin de la era de los periódicos, esa larga fase de la historia en la que la prensa escrita estaba no solo en el centro tanto de la producción de las noticias sino también de la vida cotidiana”.
En otras palabras, ha llegado el momento de construir antimanuales con el objetivo de buscar las rutas hacia el nuevo periodismo o hacia la renovación integral de este periodismo anticuado, obsoleto y repetitivo que ya no da más, que está demasiado cerca del poder y demasiado lejos de la gente y que ha dejado de ser la herramienta con la que contaban los ciudadanos para ejercer control (aunque sea mínimo) de lo que hacía y deshacía ese poder.
“Cubrir las noticias no es lo único que nos dieron los periódicos -dice Starr-. También ofrecieron al público un poderoso (aunque fuera mínimo) medio de control sobre el Estado, pero ese control está en peligro. Los medios han ayudado a controlar tendencias corruptas tanto en el Gobierno como en la empresa privada. Pero si queremos evitar una nueva era de corrupción tenemos que invocar al poder mediático de nuevas maneras. Las nuevas tecnologías no nos liberan de nuestras viejas responsabilidades”.
Es necesario procesar todo lo bueno que nos han enseñado los viejos periodistas, pero también es urgente discernir cuáles han sido sus errores, sus defectos, sus ingenuidades y sus perversidades. Solo si separamos las cosas seremos mejores.
Dejemos atrás todo lo que suponemos (o nos hacen creer) que sigue siendo la última palabra. Trasladar (volcar) los contenidos de los periódicos tradicionales impresos a los espacios digitales es un hecho mecánico, no conceptual. Por tanto, no existe una decisión de fondo para mejorar de forma notable el periodismo y atrevernos a llamarlo nuevo periodismo. Es hora de dejar atrás lo que nos imponen, en especial las camisas de fuerza del periodismo anticuado que, lamentablemente, seguimos haciendo en el día a día.
Como dice el periodista estadounidense Jeff Jarvis en su ensayo Reflexiones sobre el periodismo en internet, los periodistas seríamos más útiles si nos quedáramos en casa y en lugar de cubrir las cosas que hacen los políticos cubriéramos los problemas y las necesidades de los ciudadanos, a los que prestamos muy poca atención. Cubrimos demasiado la política y no cubrimos de forma integral lo que están haciendo nuestros gobernantes, advierte Jarvis: “Podríamos dedicar menos tiempo a lo que son las actividades del régimen y más tiempo a las urgencias de los ciudadanos, de forma tal que estos sean los que marquen la agenda diaria de los políticos y de los medios de comunicación”.
Los medios convencionales y los periodistas estamos haciendo las cosas al revés. “La siguiente generación de noticias -dice Jarvis- no debe girar en torno a los políticos y a la política, sino en torno a las comunidades. Ya es hora de revertir las cosas como nos han enseñado: las noticias deben convertirse en un producto comunitario y en un servicio para la gente común”.
Arcadi Espada, escritor y periodista español, en su artículo La noticia posmoderna, elabora una dura y rigurosa autocrítica sobre nuestro trabajo: “Hace tiempo que me convencí de la imposibilidad de continuar practicando el oficio sin añadirle una preocupación constante por su manera de hacer las cosas. Los periodistas que escriben sin meditar sobre los modos de producción de la noticia -desde las cuestiones éticas hasta las puramente técnicas- han acabado por parecer novelistas que en el siglo XXI practican un realismo ingenuo y escriben de un modo crédulo e indiferente. Abundan, asimismo, los profesionales de la conspiración que identifican al medio con un refinado instrumento del capital para el dominio y descerebramiento de las masas”.
Cambiar la forma de hacer periodismo implica abrir las puertas a la crítica de la sociedad y al escrutinio público, diseñar nuevas maneras de informar y de contar historias manteniéndonos cerca del ciudadano de a pie. No hacerlo implica arrogancia o miedo.
Arrogancia porque se cree que todo lo que se hace en una sala de redacción es correcto, lo cual de ninguna manera puede ser cierto. Miedo por todas las cosas que han escondido, pues no se ha cumplido el deber ético de decir las cosas por su nombre y decir los nombres de los que perversamente hacen mal las cosas.