El milagro eucarístico de Cañar
ESCENARIO DEL MILAGRO
Fue Hatún-Cañar, la metrópoli cañarí que ocupó los actuales territorios de este pequeño cantón, cuyo nombre se mantuvo aún después de que los españoles se establecieran en ella y la erigieran como Parroquia bajo el nombre de San Antonio del Hatún-Cañar en honor, justamente, a San Antonio de Padua, al ser franciscanos sus primeros párrocos y administradores.
Este pequeño cantón, se levanta sobre un inclinado repecho de la cordillera occidental de los Andes, rodeado por colinas con tierra fértil y negra, cuyas casas de adobe, bajareque y teja, con sus plazas y callejuelas, se mantienen discretamente escondidas o camufladas entre la suave, fresca y blanquecina neblina cual armónico punto de unión entre la tierra y el cielo. A una altura de 3.140 metros sobre el nivel del mar, es la primera ciudad de la sierra en iluminarse con los primeros rayos del sol que apuntan desde el oriente, siendo a la vez, la última en dejar de ser iluminada al morir el sol en su ocaso por el occidente, cuyos rayos terminan diluyéndose en mil colores o llamaradas rojizas, cual natural y deslumbrante escenario que invita al ser humano a la consideración y meditación de su interior, siempre en búsqueda de lo bueno, de lo superior, de lo eterno, de “Dios”.
Con fuertes vendavales que entre julio y agosto se impregnan en la piel, el resto del año mantiene su temperatura fría, fresca y vigorosa. De enero a junio sus campos son verde esmeralda, y de junio a octubre de oro, por el trigo en estado de cosecha; entre noviembre y diciembre aparece el humus que los agrícolas trituran con arados y azadas. Las firmes ondas que van meciendo sus trigales son fuertes aquilones, que ponen sus campos en movimiento de ida y vuelta. Fue Cañar la primera ciudad en sembrar y cosechar el trigo poco antes de la fundación de Cuenca, constituyéndose a la vez, en uno de los lugares más sencillos, apacibles y cautivadores de este rincón patrio y andino.
Denominada “Capital de los campos del Trigo”, Monseñor Manuel de Jesús Serrano Abad, la llamó “Casa del Pan” o “Nueva Belén”. Característica firme y arraigada en su población ha sido mantenerse acendradamente devota de la Sagrada Eucaristía, cumbre y lumbrera de “unidad”, “alimento espiritual”, o aquel “pan de la palabra” que desde nuestro interior tiene que convertirse en acción y práctica de la “buena nueva” de “DIOS”.
ANTECEDENTES DEL MILAGRO.
El 24 de junio de 1958, iniciaron las actividades festivas programadas en honor al patrono del Cantón con la tradicional Misa Solemne seguida por la exposición del Santísimo, vísperas, pirotécnica, ornamentación y tradicionales juegos populares; todo ello, en la Capilla y plazoleta de la Colina de San Antonio, ubicada a dos kilómetros del centro de la ciudad.
En horas de la tarde, prestos a la iniciación de los torneos o juegos populares (13h30), se encontraban en la Capilla un reducido número de fieles que adoraban al Santísimo, entre ellas, doña Isabel Palacios de León, quien sería la primera en notar en la Sagrada Forma expuesta en la Custodia, una inusual mancha negra, a la que inicialmente no le dio importancia. Siguió leyendo, pero al levantar nuevamente su mirada esta vez distinguió claramente la imagen de “Jesús en la Hostia Consagrada”. ¡…Dios mío, que veo…! exclama, se restriega los ojos y limpia sus lentes, pero la visión persiste. El hecho es corroborado por su hija Lía y otra persona, quienes a todo aplomo manifiestan ver la Santa Faz.
Y más aún, ante la mirada de un número ya mayor de videntes, se desprendieron repentinamente destellos o luces multicolores que partían con intensidad desde la parte inferior de la Príxis cruzándose de arriba abajo en torno a la Custodia. La alarma de incendio no se hizo esperar y muchos ingresan a sofocar el flagelo sin encontrar señal alguna de fuego, por el contrario, desde su ingreso notan algo extraño en la Sagrada Forma, se acercan y ven el rostro del “Cristo Jesús en la Hostia”.
Unos lloraban, otros rezaban, otros cantan o gritan. La impresión dominante fue de temor y miedo, al pensarse había llegado el juicio final. El escepticismo y desconfianza que fue parte del escenario, llevó a la búsqueda de causas naturales o trucos. Muchos indagan, buscan, nada encuentran y creen.
EL PÁRROCO COMPRUEBA
Entre los primeros escépticos se encuentra el párroco César Manuel Andrade Ochoa, Vicario Foráneo de Cañar,quien se encontraba descansado en sus aposentos de su casa pastoral en el pequeño cantón. Exigido, dudoso y hasta molesto, acude a la Capilla meditando la forma de desvanecer la alarma y tranquilizar a la gente. Ubicado frente a la Custodia, inquieto y temeroso, indaga reflejos, cristales, espejos, pinturas. Revisa cirios encendidos y hasta retira un ramo de oropel. Rendido y agobiado, cae de rodillas pidiendo perdón y deseando la muerte.
En su declaración ante el Tribunal Eclesiástico diría: “…contemplé nítidamente al Sagrado Corazón de Jesús. Su medio cuerpo, su divino rostro ligeramente inclinado a la derecha… Sobre su pecho estaba un corazón divinamente iluminado con destellos de luz blanca, blanquísima…Una suave briza movía el cabello de la parte inclinada del rostro del Señor…”.
Fue él quien organizó la procesión y traslado inmediato de la Custodia a la Iglesia Matriz, en cuyo lugar se repitieron otros sucesos.
Todos estos hechos extraordinarios desarrollados entre el 24 y 29 de junio de 1958, permitieron observar, además, un corazón carneo y sanguinolento en esta misma “Hostia Consagrada”, que repentinamente se transformó en rojo sacramental y se agrandó hasta tomar la forma de una bomba, que secuencialmente se dilataba y comprimía para luego de regresar a su estado normal, hacerse sensible, nuevamente, la imagen del “SEÑOR JESÚS”.
PROCESO CANÓNICO
El 3 de julio de 1958, en atención al Derecho Canónico vigente (Pío-Benedictino de 1917), Monseñor Manuel de Jesús Serrano Abad, Arzobispo de Cuenca, dicta la primera providencia, dando inicio al respectivo proceso canónico. Conforma un Tribunal Eclesiástico presidido por el Provisor de la Arquidiócesis, e integrado por dos promotores y un actuario. Dispone la reserva absoluta de la Custodia, información sumaria de testigos, inspección de la Capilla; y, la práctica de peritaje físico, químico y hasta psicológico, este último, buscando establecer o descartar causas sugestivas que hubiesen podido llevar a la confusión, distorsión o engaño; prohibiéndose, adicionalmente, la difusión de los hechos por ningún medio, incluido el pastoral, so pena de excomunión.
La pericia física buscó establecer la existencia o no de posibles causas que hubiesen ocasionado distorsión o engaño, anteponiendo para ello, conceptos técnicos inmersos en la óptica física u óptica geométrica, ya por reflexión, o por proyección, para confirmar o descartar alguna proyección por medio de rayos ultravioletas o por reflexión del vidrio de la Custodia que podrían haber servido como espejo, para reflejar algún cuadro o estampa. Se buscó descartar o confirmar algún tipo de proyección a través de videos u otros mecanismos parecidos, más aún cuando los innumerables testimonios afirmaban haber visto a un “Cristo vivo y en movimiento”, llegándose a la conclusión final de que las imágenes vistas, tanto en la Capilla como en la Iglesia Matriz, no podían explicarse como efectos de causas físicas o naturales, toda vez que en el caso propuesto fallaban en absoluto las leyes físicas de la óptica.
Se garantizaron principios de imparcialidad y participación de ciudadanos con tendencias sociales o religiosas diversas, a quienes se les ofreció amplios espacios para que hagan prevalecer sentimientos de escepticismo, desconfianza, incredulidad o duda. Muestra fidedigna de aquello, es haber designado como perito al doctor Sven Aage Bestle, quien, profesando la religión protestante, y más aún, escéptico en la veracidad de los hechos, intervino como perito al interior de este proceso.
Todas ello conformó un extenso legado compuesto por doscientas veinte y nueve fojas, cuyo análisis y revisión asintió finalmente, una declaratoria de autenticidad que terminó plasmada en el célebre Decreto Arquiespiscopal del 5 de abril de 1961, a través del cual, Monseñor Manuel de Jesús Serrano Abad, Arzobispo de Cuenca, declaró al suceso como “HISTÓRICAMENTE CIERTO Y NO EXPLICABLE POR CAUSAS ORDINARIAS Y NATURALES”.
Por el Concilio de Trento, solo los Obispos se encontraban aptos para determinar la autenticidad de un milagro.
EL MILAGRO Y SUS DESIGNIOS
La doctrina católica enseña: “…que los milagros son posibles…” (Concilio Vaticano, Const. de fide cath. can. 4.). El fin de los milagros no se encierra en el orden físico, sino en el moral y religioso.
La Teología contemporánea, en cuanto a su aspecto psicológico e intencional señala que el Milagro es un suceso que interpela al hombre en el fondo de su existencia y lo llama a un diálogo con DIOS. Indica que el Milagro está al servicio de su misión y que Cristo se revela en los milagros como en la palabra y que su palabra y sus milagros se corresponden mutuamente. Ya lo expresó el Prelado al decretar su autenticidad: “…cuántos de vosotros habéis visto el rostro de Jesús en la blancura de la Hostia, buscad las razones de Dios, las razones que Cristo se propuso al volver transparentes los velos sacramentales para que vosotros, sin morir de dicha, pudierais avisarlo a través de vuestras lágrimas…”.
Y como ya lo dijera Monseñor Serrano Abad: “…un milagro sin motivos, es absurdo, es pensar pensamientos de ignorancia, hacer de la sublimidad de la religión superchería vana y trivial…”. Será necesario entonces buscar, individual o colectivamente, los designios de este Milagro consolidando y cimentando primaria e ineludiblemente, aquellas profundas y arraigadas concepciones enmarcadas en el orden moral, religioso y social, tan venidas a menos en las últimas décadas.
En otro orden deberían emprenderse ya las primeras iniciativas para la edificación de la BASÍLICA DEL MILAGRO EUCARÍSTICO DE CAÑAR. Serán entonces las actuales generaciones de Cañar sus ineludibles ejecutores o habrá que esperar otros sesenta años para que las venideras lo hagan, confirmándose entonces aquello de que para “DIOS” EL TIEMPO NO PASA NI LENTO, NI RÁPIDO.
Oportuno resulta entonces citar lo ya expresado por el Sacerdote cañarense doctor José Manuel Rodríguez Peralta: “…Cañar a ti te digo en el día de tu gloria la palabra del Evangelio: NINGUNO DESPUÉS DE ENCENDER EL CANDIL, LO PONE EN LO ESCONDIDO”.